lunes, 9 de agosto de 2010

Summer Wars

Dentro de unas pocas horas visitaré por segunda vez un pequeño paraíso. Serán cuatro días los que estaré ausente. Como creo que es mucho tiempo, haré un breve repaso de las entradas imprescindibles a mi parecer para aquellos que visiten por primera vez este blog.

La razón perfecta para comenzar es esta película: Summer Wars, de Mamoru Hosoda.

El anime es la muestra de que la imaginación y un dibujo pueden superar incluso a la sensación de realidad del cine propiamente dicho. Ofrece la posibilidad de indagar en el imaginario más allá de la carne, a menudo lo que vemos no es un significante de un significado real, es la representación gráfica de una idea, una expresión del color en sí mismo. Final apoteósico.




(Gracias Nico)

En los primeros cinco minutos se muestra cómo será el mundo en un futuro, virtual. Cada persona dispondrá de un avatar a través del cual se relacionará con el resto de individuos; aunque ya vimos que este acercamiento de lo real y lo virtual también puede ir en la otra dirección, es decir, que sea lo virtual lo que comience a formar parte de la realidad. No es sólo una cuestión de software, la electrónica comienza a ser una extensión de la biología.

El problema surge cuando intentamos convertir la inteligencia virtual en natural, desarrollar los algoritmos de las emociones, crear algo a nuestra imagen y semejanza cuando sabemos demasiado sobre nosotros mismos, aunque la naturaleza trate de impedirlo, de salvarnos de nuestra todopoderosa arrogancia; extendiendo la oscuridad que nosotros mismos hemos desatado.

El arte es el segundo de los pilares del puente hacia el suicidio como especie. Algo que sigo percibiendo como inevitable y, a pesar de todo, trágico; más incluso al saber que la creatividad es la víctima y el verdugo. Sólo nos permite sobrevivir la irresponsabilidad ante nuestro pasado, la tragedia que nos entretiene y la esperanza que nos arranca una irremediable sonrisa. Todo se arregla con la mejor poesía de amor jamás escrita, el único requisito es creer en los ángeles.

Sentirse estremecido, vulnerable bajo las estrellas deja un sabor estúpido en el paladar, insano en el pavor a la memoria. Un pasado de piedra que nadie podrá recordar es lo único que tenemos, vivir conectados a otros en un continuo preludio de nuestra existencia. Inventarse un origen y un secreto.

Sentirse único.

Vivir de un sueño para sobrevivir solo a otra noche.


NOTA: A la vuelta prometo concluir el futuro de las noticias, aunque ya puedes hacerte una idea de por dónde irán los tiros. Y subir mi último corto: Cobarde.

Gravedad

Accumulonimbus from andy kennedy on Vimeo.

Objetos naturales y artificiales se acumulan, se desintegran y se multiplican en un ciclo de centrifugado. Creado por animación stop motion de arcilla sobre vidrio, la película es una meditación sobre el movimiento y el ciclo de vida de la materia.

Andy Kennedy es director de animación residente en Brooklyn, Nueva York, graduado en la Bachelor of Fine Arts.

Me gusta particularmente este vídeo por la inmensidad expresiva que representa el fuera de campo, el juego gravitatorio y de perspectivas en un espacio más reducido de lo que estamos acostumbrados a ver. Todo un ejercicio de imaginación y sorpresa.

Él mismo explica a la perfección cómo lo ha hecho.

Cerebro




"Hasta ahora, el mapa neuronal más preciso que teníamos se había conseguido hace 2 años gracias a una técnica llamada Diffusion Spectrum Imaging (DSI). Pero científicos de IBM han conseguido ir mucho más allá, obteniendo un mapa del cerebro que muestra hasta tres veces más conexiones de las que mostraba el último mapa realizado.


El estudio se realzió sobre un macaco, y muestra 6.602 conexiones divididas en 383 regiones del cerebro, una información que permitirá conocer mejor cómo se trata la información en el cerebro."


Formalidad

En su análisis de la evolución de los medios de comunicación en el Reino Unido, James Curran y Jean Seaton describen cómo, en la primera mitad del siglo XIX, surgió una prensa radical que encontró audiencia entre la clase obrera del país. Esta prensa alternativa generó un efecto que reforzaba la conciencia de clase: unificó a los trabajadores al propugnar un sistema de valores alternativo y una cosmovisión desde la que analizar el mundo, "promoviendo una enorme confianza colectiva a base de constatar repetidamente el poder potencial de los trabajadores para lograr un cambio social mediante la fuerza de la 'unión' y la acción organizada". Todo ello fue considerado por la elite dirigente como una gran amenaza. Un miembro del Parlamento llegó a afirmar que los periódicos de la clase obrera "inflamaban las pasiones y despertaban el egoísmo, al contrastar sus condiciones actuales con las que aspiraban a lograr en el futuro, unas condiciones que por lo demás eran incompatibles con la naturaleza humana y con aquellas leyes inmutables que la providencia había establecido para la regulación de la sociedad civil". A resultas de ello se produjo un intento de aplastar los medios de comunicación de la clase obrera mediante persecuciones y leyes antilibelo, exigiendo una costosa fianza como condición para su publicación, e imponiendo diversos impuestos con el propósito de asfixiar económicamente a los medios radicales aumentando su coste. Estos esfuerzos coercitivos no surtieron efecto, y a mediados de siglo fueron abandonados en favor del postulado liberal según el cual el mercado impondría formalidad.

Curran y Seaton muestran cómo, efectivamente, el mercado logró lo que la intervención del Estado no había podido conseguir. Tras la abrogación de los impuestos punitivos sobre los periódicos entre 1853 y 1869, nació un nuevo periódico local, pero en todo lo que quedaba de siglo no apareció ningún periódico local para la clase trabajadora. Curran y Seaton señalan que:

De hecho, el eclipse de la prensa radical de la nación fue tan absoluto que cuando el Partido Laborista se desarrolló a partir del movimiento obrero durante la primera década del siglo XX, no obtuvo el respaldo exclusivo ni de un solo diario o dominical de ámbito nacional.

Una de las razones de peso para ello fue el aumento de escala de la empresa periodística, con el consiguiente e ininterrumpido incremento de los costes de capital a partir de mediados del siglo XIX, a causa de los adelantos tecnológicos y la creciente presión de los propietarios de dichas empresas por lograr una mayor audiencia. La expansión del mercado libre vino acompañada por una "industrialización de la prensa". En 1837 el coste total de poner en marcha un semanario nacional rentable se cifraba en unas mil libras, lo que suponía a su vez una venta de al menos 6.200 ejemplares para cubrir los costes. En 1867 el coste de salida estimado de un diario londinense era de 50.000 libras. El Sunday Express, que apareció en 1918, gastó más de dos millones de libras antes de cubrir costes incluso con una difusión de más de 250.000 ejemplares.

Otro tanto sucedió en los Estados Unidos, donde en 1851 el coste de salida de un nuevo periódico en Nueva York era de 69.000 dólares. La venta pública del St. Louis Democrat en 1872 alcanzó una cifra de 456.000 dólares, y en la década de los años veinte se llegaron a vender periódicos urbanos por cifras que oscilaban entre los seis y los dieciocho millones de dólares; en 1945 se podía decir ya que "incluso la editora periodística más modesta es un gran negocio... [y] ya no se trata de una empresa que se pueda acometer a la ligera, ni siquiera disponiendo de un capital sustancial y, por supuesto, en modo alguno si no se dispone de él".

Por consiguiente, el primer filtro -la limitación de la propiedad de los medios de comunicación de una magnitud y difusión significativa, por exigir una gran inversión- era ya aplicable desde más de un siglo antes, y con el tiempo se iba haciendo cada vez más importante.


Citas de James Curran y Jean Seaton, Power Without Responsability: The Press and Broadcasting in Britain, Methuen, Londres, 1985. (Descargar .pdf)

Extraído de Noam Chomsky y Edward S. Herman, Manufacturating consent: The Political Economy of the Mass Media (Los guardianes de la libertad), Nueva York, 1988. Páginas 24 y siguientes.