Decide adelantarse y pone el precio de su cena sobre una bandejita de plata que bien podría pasar por cenicero, apoyada sobre la barra. Falta algo menos de la mitad. La mira. Ella no dice nada y busca en su monedero circunferencias concéntricas. Él la espera apoyado sobre la mirada del camarero, rogando paciencia.
Mientras ella aparta los billetes, él recuerda que no tiene demasiado dinero y que ella lo sabe. Se ha prometido ser sincero consigo mismo, admitir las consecuencias de su vida como superviviente. El cuerpo le envía señales: "espero que no se haya molestado por no ofrecerme a invitarla", le pregunta la polla a su cerebro. Por si acaso, razona una posible respuesta en caso de conflicto.
- Espero que no me dejaras invitarte...
Suena interesado. No poner el dinero sobre la mesa, arriesgar, esperar hasta tener delante, mirar directamente a los ojos, a un "demasiado tarde". Pero no nos debemos más que el derecho a estar tranquilos, con una duda iluminando un barco en el interior de una ballena y sin intenciones de soplar. Me niego a dejarme querer de otra forma.
Ella pone lo que falta, y un poquito más.