Poeta estrictamente cesanteDías de plumaje difícil, amarillento, en ese otro marfil
que no es el de los trigales, cuánto polvillo
para pararte en lo pernicioso de esos zapatos y salir
así a dónde por este Santiago-capital-de-no-sé-qué
a buscar trabajo, kilos de trabajo,
litros de esa especie sucia que no es amor
ni Pound ni Píndaro, que hace agua por todas partes.
Y tanto para qué, eso es lo que me dicen impertinentes,
[intermitentes por los vidrios en
la trepidación liviana del Metro esas dos
que van ahí bellísimas a la siga de nada
que no sea semen o fulgor
de hombre, zafiro de hombre
para la transparencia de la turquesa, y yo aquí jade
negro con este traje
de loco que no va más, que
no ha ido tal vez nunca.
Abiertas las escotillas ya es otra cosa, adiós
fragancia de ellas, subo al revés
de los mineros a lo áspero de la veta, fumo smog,
duermo smog, soy smog, lavo mi cerebro en smog, me
llamo asfixia y esto es la ciudad con sus cúpulas
de smog, alicate el resuello,
cortocircuito desorbitado de su órbita el
corazón, pesado el saco, alúmbrenme
alambre las costillas.
Yo creo en mi Dios y le hablo despacito. No hay que hablar fuerte con él. En mí funciona un juego medio místico. Cuando la gente lee mis poesías de amor, dice: ¡cómo va a ser místico, este señor, casi libertino! Bueno, místico concupiscente, si tú quieres. Además, creo que el encantamiento amoroso y hasta el acto sexual es sagrado. Nadie puede andar diciendo que se trata de una profanación, ¡profanación de qué!
A mí la culpa no me funciona y no tengo la culpa de que no me funcione. ¿El pecado? Menos.La busqueda del padre es importante porque si lees
Pedro Páramo, de Juan Rulfo, en el fondo cuando uno sale, sale siempre en busca del padre. Pero
el padre es uno mismo; uno va en busca de sí mismo, a la siga de una especie de absoluto y a la vez a la siga del padre que es uno y que está autoengendrando, porque el hijo es el padre. Uno está buscándose, buscando el mundo, dándole un sentido a la cosa. Mi padre había sido minero (murió durante su primera infancia, en Lebu) y no era raro que yo, no de un modo completamente lúcido, andaba a la siga de aquello y fui a parar a los cerros de Chile.
Así es. Con qué derecho vamos los poetas a decir que los que escribimos unas líneas debajo de las otras somos los únicos capaces de
decir el mundo. El mundo es capaz de ser dicho por el niño -y eso se sabe de sobra-, como es capaz también de decirlo un fascinado o un enamorado, un doliente muy profundo, quien está viviendo una experiencia honda. Todos ellos son capaces de decir el mundo.
Extraído de la entrevista
El poeta genealógicoCuriosidad
Conocí a Gonzalo Rojas gracias a su libro Poesía Esencial, que compré por cinco euros en la Feria del libro antiguo y de ocasión de Madrid; son tan baratos que puedes comprar libros de poesía sin arriesgarte a desear quemar un libro por la mierda que es ni sentirte desgraciado por el pastizal que te ha costado.
Hay poco que perder, y mucho que ganar.