domingo, 30 de diciembre de 2018

El poeta invisible

La historia del poeta invisible

Así,
tan de repente
se alejó el corazón.

Después del adiós el llanto,
del llanto el rencor,
del rencor de no decirse más
al escondite tras la inútil distancia.

Su mayor pecado fue aprender a escribir.
Y decidió herirse a diario un poema en el pecho
de cartón.
Escribía y escribía, día tras día,
sol tras sol, luna tras estrellas de latón.
Los días, semanas, años en la maleta de porqués de sinrazón.

Años, años y le puso ruedas
y apenas viajó a comprar comida para gatos
y tocó a la puerta.
Esto es para ti.
(Soñaba con el milagro de la deglución,
la ebullición de la sinceridad en DIN A4, 80 de gramaje
que le entiendan)
Aquí está todo. Esto es mi perdón mi razón mi todavía.
Aparece un ángel tras el delantal olor pescado
y detrás, sentado frente a la televisión,
otro, otra, quién sabe, bajando el volumen quién es.

Aquí está todo. Esta es mi vida y lo entiendas, perdón.
Pasa a tomar un café, llegas pronto.
Llego tarde no hace falta ya me voy. Me alegro volcán
de que seas feliz y no lloraré aquí lo que me queda por.
Publica un libro. Tal vez sea una buena historia.

La triste historia del poeta invisible.

El otoño aflora en la cápsula del tiempo sin viaje,
sin puertas a los tiempos del amor,
cansados giros círculo cuadrangular trac trac de escalera:
gracias adiós llego tarde, me voy y no aquí lo que por.

No amo ni existe ya idiota y ama
y existo ya idiota pero existo.
Vuelve dijo, sabe que no,
podemos ser amigos sin maleta ni corazón, sé que no.

Esto es lo que llaman editorial. Sí, venía a publicar...
Disculpe un segundo, ¿su vida? Sin problema.
Enseguida le atienden, sentado mejor.
Modernista, ¿vanguardias verdad? Cierto vital, trágico tan personal
no gustará, se lee poca poesía ¿sabe? ¿Es usted popular?
La tirada será pobre, abrigo fino, gramaje papel de váter
y publicidad en redes sociales.

… a publicar un corazón
y que vuele, y olvidarme y respire mejor porque usted no sabe
pero no lloraré lo que me queda y escribir quién sabe,
quién puede después de uno,
después de todo,
si acaso hago esto, porque ella dijo
que a otros con temor a puertas de no saber
incapaz decir fin se acabó.

La presentación será. Tenga, puede invitar a sus amigos,
a su gente.
¿A mi gato tuerto?
Espectáculo servido.

Así,
tan de repente se alejó
y el corazón fue de aluminio y el papel marrón
y el sueño imposible eterno
y el suspiro y el saber qué pasó
después de todo, después del amor,
que su vástago es de papel
que su hijo no ríe, ni canta ni crece,
que su hija no llora, ni canta, ni duerme.

Que su familia es de este planeta y el tuerto gato
rascando la puerta de la vecina, jilguero moscardón
y yo sin sal en la cocina todo cerrado, y el gato
rasca y rasca calcula hipérboles y parábolas
en su tuerto paladar de do re mi fa sol.

No tendrá usted sal...
Controle a su gato.
Es indefenso. Tiene uñas de matemático.
¿Y qué tal?
¿Sabe? Acabo de publicar un libro.
Me gustaría leerlo, por si acaso.
Es sobre un imposible, el viaje a una puerta invisible.
¿Invisible?
Invisible.
Como tú.
Como yo.
Como todos.



viernes, 2 de noviembre de 2018

Falsa expectativa


Soy

Soy el hijo de la madre
y del padre;
el padre sin hijos.

Pero un día
fui el que, si estudiase,
sería el sobresaliente.

El que escucha
cuando quiere, recuerda
lo que quiere; aprende
lo que puede desde, fui
el del fondo de la clase,
el de la ventana en el pecho.

El de no sé si quiere,
el inseguro, el impaciente,
el insuficiente.

Casi siempre
el del distante,
de la contracorriente,
el del viajero sin billetes,
el de ya es tarde para arrepentirse
porque soy, y soy, y soy.

Fui el de las orejas grandes
para ser
el que siempre crece
porque no crece:
y qué alto es y también de mí
el Dumbo decían,
el Poeta, la mayúscula,
el de la falsa humildad,
el del ego y el arrogante,
el de la soberbia frente,
el de la mirada desdeñosa (digo yo)
desde el silencio viperino,
el intrascendente
de huida constante,
de quiso y no supo,
de pudo y no puede.

A ratos la cabeza agachada,
la desconfianza,
el incierto,
el cobarde; soy la sombra
alargada
de lo que podría haber sido.

Soy la sonrisa coja,
la palabra muda,
el silencio escrito,
el tiempo perdido; soy el reflejo
en el espejo
de lo que nunca habré sido.


jueves, 3 de mayo de 2018


Sin título

Rondan cobardía y sus esferas
de cascabel amarillo, de niebla melánica
quebrando, quebrando, quebranto.
No me veo. Las manos zarzas derretidas,
ojos sucios desde dentro, rodillas ajadas
sobre tierra yerma y ahuecadas.
Vienen, vienen cabezas rotundas
a la fría, a la agria, amarga
y no veo a este lado más que afilada la nube
hasta la garganta, el hueso, la carraca
la carraca de la desfigurada y el arrebato
y el trueno mudo y la angustia calva
y la celosía adusta y la faja en la boca temprana.
Estacas sobre estacas sobre estacas
cuñas sobre cuñas como uñas clavos
en el alba sobre el alba como el alba
las ratas como zorros y garras
ahelean la ceniza bajo el fuego tórrido sierpe
putrefacta hora ciénaga agotada
jadeante aurora sin escapatoria, carretera, carretera
apagada la vela preciosa, la mimbre de lo bendito
hijo de puta, la desastre, la maldita, la rincón
del agujero de deshonra vergüenza y triste, tristeza
del agujero negro de piernas esclavas corazón
traviesa coja, paloma, corre pero no huye, huye pero está,
está pero huye, el cuerpo pero queda, el alma pero escampa.

Universalismo

“La medida del universalismo de Whitman hay que verla en dos planos. En primer lugar, el bardo americano se dirige a todos los hombres por igual. En segundo lugar, lo que dice de sí mismo y de su país -cabría afirmar con Kierkegaard- puede aplicarse a la humanidad entera. Es difícil no descubrirnos a nosotros mismos leyendo a Whitman; es imposible -por decirlo con frase de Ortega- que el gran poeta no nos plagie. Y esto, precisamente, levanta en el lector un gozo íntimo: el placer de saberse unido con el Hombre por el cordón umbilical de las experiencias no dichas hasta ahora. ¡Escuchar por fin la canción que no ha sido aún cantada! El placer de entendernos mejor gracias a las palabras con las que otro expresa lo que nosotros no sabemos decir.”



Extraído del prólogo “Walt Whitman, el poeta y su obra”, por Enrique López Castellón; 
del libro Hijos de Adán y Cálamo (dos partes de Hojas de hierba)

miércoles, 25 de abril de 2018

Washi



El washi, con frecuencia llamado erróneamente “papel de arroz”, está hecho en realidad de la corteza interior de tres plantas fibrosas: kōzo o morera del papel (Broussonetia kazinoki), gampi (Diplomorpha sikokiana), y mitsumata (Edgeworthia papyrifera). La corteza se desprende primero del tallo de la planta, se lava y se raspa para eliminar la capa exterior marrón, y luego se cuece con un álcali y se machaca para ablandarla y separar las fibras. Tras eliminar cuidadosamente todos los restos de corteza, nudos y otras imperfecciones, la fibra preparada se echa, junto con la secreción viscosa del tororoaoi (Hibiscus manihot), a una gran tina con agua, y de allí se extrae con un molde, o “forma”, que lleva una pantalla flexible de bambú. Durante el formado de la hoja, el molde del papel se mueve enérgicamente provocando que las fibras se entrelacen íntimamente. Los papeles recién hechos se apilan sin intercalar fieltros, después se prensan para eliminar el exceso de humedad y, por último, cada hoja se alisa por separado con una brocha sobre una superficie plana de metal o de madera, y se deja secar.

El proceso tradicional de fabricación del papel es lento y laborioso, pero tiene ventajas importantes. A diferencia de la fibra corta resultante de los severos tratamientos físicos y químicos que se llevan a cabo durante la fabricación del papel comercial en Occidente, la fibra japonesa se mantiene larga e intacta. La longitud de la fibra y la ausencia de residuos químicos, unido al entrelazado obtenido por el movimiento continuo y enérgico de la forma, es lo que da al washi su admirable resistencia y durabilidad.


Kōjirō Ikegami
Fragmento de "La encuadernación japonesa. Instrucciones de un maestro artesano"

miércoles, 18 de abril de 2018

El Sol del idiota

"Y a veces brota de los labios del idiota, como si entonces naciera alguna palabra. Las palabras del idiota nacen. Son palabras, sí, nacidas y no formadas, ni enderezadas, ni ¿cómo se podría?, pensadas. Blancas palabras sin carga alguna de expresión; puras palabras que manifiestan cosas que están a la vista de todos. En su recorrer sin fin entre las gentes, un día, un momento, se acerca a alguien o se para en medio de la plaza, y dice, dice señalando hacia arriba: el Sol, el Sol... Y si sucede que alguien obedeciendo a la palabra del idiota vuelva la vista al sol, ha de cerrar los ojos en seguida, pues se deslumbra. Mientras que el idiota deslumbrado ya desde siempre se queda mirándolo y sigue repitiendo a intervalos: el Sol, el Sol, el Sol, por mucho tiempo. De su cara se van borrando las facciones por la luminosidad que la envuelve, blanca. Una luz sin combustión alguna. Luz tan solo."

Fragmento de "Un capítulo de la palabra: el idiota", de María Zambrano.

Extraído de un librito primeramente publicado con textos traducidos al italiano, escritos durante su exilio en Roma: "Spagna. Pensiero, poesia e una città" (España: Pensamiento, poesía y una ciudad) en 1964.

lunes, 5 de marzo de 2018

Galaico-portugués



Del siglo XIV al XIX

"A mediados del siglo XIV, la lírica castellana empieza a cobrar vida propia. En cuanto a la escrita en galaico-portugués va escindiéndose a dos, a medida que se diferencia el lenguaje: la gallega y la portuguesa. La suerte de la segunda no es ahora de nuestra incumbencia. En cuanto a la primera, sufrió, a partir de esta fecha y hasta el siglo XIX, una notable postración que corre parejas con la postración de Galicia como reino. Esto es importante tenerlo en cuenta: la enemistad política entre Castilla y Portugal acentuó, a partir de la batalla de Aljubarrota (1385), la separación de campos que hasta ahora había estado confusamente deslindados. Galicia, habiendo decaído las peregrinaciones a Santiago y desgarrada por la miseria, la anarquía y las luchas intestinas, pasaba a ser ya, de un modo decidido, la hermana pobre y sometida de Castilla, y, a tenor de los intereses políticos de ésta, se desgajaría progresiva e irremisiblemente del tronco portugués.

En la guerra entre Isabel la Católica y Juana la Beltraneja, Galicia tuvo aún un conato de querer reincorporarse al tronco madre al tomar partido por doña Juana, es decir, por Portugal. Los Reyes Católicos, una vez vencedores, se lo debieron hacer pagar caro, como se desprende del duro comentario que hace Zurita en sus “Anales”: “En aquel tiempo -dice- se comenzó a domer aquélla tierra de Galicia.” Hasta sin representación en Cortes se la dejó; había de ser Zamora, en adelante, quien hablase por ella, y ya en el siglo XVI, los documentos oficiales habían dejado de redactarse en la lengua del país. Esta pérdida de personalidad política continuaba patente en el siglo XVIII, en el cual Galicia sirvió a la causa de Felipe V, que era la del centralismo, y a la del Archiduque, que no sólo era la de Portugal, sino la de otras regiones como Aragón, Valencia y Cataluña, conscientes de estar defendiendo su autonomía y sus fueros.

Pero, al menos el siglo XVIII, al propagar lentamente por Galicia como por toda España el culto a la verdad y a la razón, había de comenzar a desentumecer los ánimos postrados y prepararlos para un resurgimiento que no tardaría en llegar. No hay que olvidar que, aun cuando no escribiera en lengua gallega, gallego fue el escritor más preclaro de este siglo, el que arremetió valientemente contra rutinas y supersticiones: el padre Feijoo. Y a un ilustre discípulo suyo, al padre Sarmiento, se deben los primeros esfuerzos conocidos por hurgar en la rica tradición lingüística y literaria de Galicia. Nadie antes de él había llamado la atención sobre un asunto que particularmente nos interesa ahora: el de la influencia -hoy totalmente reconocida- que los trovadores gallegos tuvieron en la lírica de Castilla."

Fragmento extraído del prólogo de 
Ocho siglos de poesía gallega. Antología bilingüe

Selección y prólogo de Carmen Martín Gaite y Andrés Ruiz Tarazona.

viernes, 19 de enero de 2018

Ruleta de la fortuna


- Anoche tuve un sueño extraño...
- A ver, cuénteme.
- Estaba en la ruleta de la fortuna...
- ¿Dónde?
- El programa este de las mañanas con las letras esas que dan las vueltas, y hay que acertar la frase y todo eso...
- Creo que sé a cuál se refiere. Que son tres concursantes y van comprando vocales...
- Exacto. Estaba allí, concursando.
- ¿Se sentía bien, a gusto?
- Sí, sí, perfectamente. Bueno, yo estaba allí, y estaba a punto de resolver, sabía la respuesta, de verdad que la sabía: "Mamá hipopótama mima mucho a su hipopotamito"; algo así era.
- ¿Ha tenido algún problema con su madre últimamente?
- No. Haga el favor, cómo va a ser eso. La cuestión es que podía decir la frase y acceder a la prueba final, y sabía que podía ganar, no sé por qué pero sabía que si lo decía bien, después iba a ganar el coche.
- ¿Y lo ganó?
- De repente, me quedé en blanco, y grité "¡el presidente del gobierno es un corrupto!"
- ¿Qué le llevó a...?
- Sí, sí, así, ¡sin venir a cuento!
- Ya veo, ¿y qué pasó después?
- Después nada, el presentador balbuceó un poco y pasó el turno al siguiente concursante.
- ¿Y ya está?
- Sí, ya está.
- Ya veo... ¿y por qué cree que dijo eso? Tal vez, ¿miedo al éxito?
- No lo sé. La verdad es que no entiendo mucho de política, y tampoco tengo nada en contra de los políticos... De hecho, no me interesan lo más mínimo ni la política ni los políticos.
- No lo entiendo, ¿entonces por qué no dijo la respuesta correcta?
- No sé... sentía que era mi minuto de oro, que miles de amas de casa y gente sin trabajo me estaban viendo y... bueno... qué iba a hacer con el coche... si no tengo carnet...