lunes, 12 de abril de 2010

David Hernández Sevillano Premio Hiperión 2009

¿Qué debería opinar sobre los premios de poesía? Así, a bote pronto, parece una de las mejores, y también escasas, formas de promocionar la obra de un poeta: bajo el regazo de un diploma; como si fuese más importante la firma en el ángulo del cuadro que las pinceladas que lo hacen vivir. No se comentan las palabras, se guardan los nombres en el historial de ganadores de un premio y se venden páginas "populares". La eternidad se reduce a una lista, no a un corazón.

Por otra parte, es una de las mejores formas que tiene una editorial de sacar a la palestra cultural a nuevos autores (que aún no conocen el milagro de internet o que no cuentan con el respaldo de un editor), manteniendo en la competitividad el aliciente principal con el objetivo de formar parte de una colección con una difusión física (y una remuneración económica extra). En cualquier caso, es de agradecer que sirva para descubrir a nuevos poetas que escriben y no disponen de tanto tiempo para promocionar su obra.

El pasado 22 de marzo se concedió el Premio Hiperión a David Hernández Sevillano, por "El peso que nos une". Este joven de 33 años licenciado en Educación Física se dedica actualmente al turismo rural y el año pasado ya obtuvo uno de los grandes premios de poesía en España; el Premio Nacional de Poesía Miguel Hernández por su libro "Razones de más". El jurado ha estado compuesto por los poetas Francisco Castaño, Luis García Montero, Almudena Guzmán, Jesús Munárriz, Benjamín Prado y Jenaro Talens.

Quizás sea ese el único significado humano que representan este tipo de premios, el ser apadrinado por buenos escritores que han depositado su confianza en un nuevo escritor. Aunque nunca podrá hablarse de mejores y peores poetas. Creo que es sólo una cuestión de gusto.

Cómo se aprende a escribir poesía

La noche estrellada (1889); de Vincent Van Gogh (1853-1890).

De pequeño escuché a alguien decir que a escribir se aprende leyendo, entonces no lo comprendía del todo. Ahora creo que sí. Defines tus gustos cuando has leído lo suficiente como para formar tu criterio respecto a una forma o un estilo de expresión, entonces empiezas a disfrutar de la lectura que conoces. Sin embargo, creo que eso se queda a medias.

Escuchamos porque queremos tener cosas que contar, necesitamos llenar nuestro tiempo de vida, de curiosidades (aunque sangre). Es por esta inquietud por lo que es necesario sentir mientras se lee, formar parte de la obra. Así adquirimos el gusto, compartiéndolo con el autor, siendo una de las muchas obras únicas dentro del universo de lectores de esa obra, de esa pluma, de todas sus horas.

Cuando adquirimos el gusto y seguimos leyendo más y más no sólo conocemos a nuevos autores, también conocemos más a los que nos gustan. Cuando el arte nos desagrada nos muestra a pleno sol de mediodía cómo doraban nuestra piel los rayos de esa noche estrellada; qué tenía que susurrarnos que no podría haber sido dicho de más simple y claro modo, con la misma sencillez que usa la belleza para peinarse por las mañanas. Cuando el arte nos desagrada nos recuerda de dónde venimos.

Pero si no se cuenta, ni se escribe, ni se es; ¿para qué seguir leyendo? Pero si se cuenta y se escribe, se es: se aprende a ser. Con haber conocido una sola vez el recogimiento del corazón en el pecho, con el latido alejándose de esas páginas que son uno mismo y volviéndose a acercar, como un amigo extraño que busca sus perdones ante su ignorancia, y obtiene preguntas; con eso basta. Después, se escribe.

¿Cómo? Empiezas siendo tú sin ser tú, siendo ojos que ven y manos que tocan. Cuando sigues escribiendo sigues siendo tú acercándote a ti, son tus ojos los que palpan el páramo en blanco a ciegas pero no sabes tocar el piano. A tocar el piano se aprende gracias a ser tú, escribiendo hasta aprender a sobrevivir como un náufrago en una isla de blanco y a dejarte arrastrar por su marea, pos sus impulsos, por palos de ciego que de vez en cuando encienden alguna bombilla. Empiezas a ser música.

Cuando escuchas por primera vez esa música tuya pierdes el miedo a la duda. Tocas por el placer de escucharte, por curiosidad, por conocer qué tienes que decirte, por sorprenderte. Después conoces a otros por medio de su palabra; y descubres en ellos puertas a alguna parte que sólo tienen pomos en sus poesías, en las poesías de tus maestros.

Y atraviesas la puerta, y escribes. Y hablas con ellos. Y todo sucede sin decir nada, sólo mirándose directamente a los ojos. Y hablas con ellos. Y eres tú en mitad de la soledad misma. Y nunca vuelves a estar solo.

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