Extraído de De profundis (.pdf)
jueves, 12 de agosto de 2010
Diálogo
Comprendí que alguien menos culto que yo te habría cuadrado mucho mejor. No veas en esto la menor acritud: lo consigno simplemente como un hecho que regula todas las relaciones sociales. Al fin y a la postre, la conversación es el nudo de todas, lo mismo en el matrimonio que en la amistad. La conversación necesita una base común, y ésta no puede existir entre dos seres de cultura completamente distinta. La trivialidad en el modo de pensar y de obrar no deja de tener cierto atractivo: éste es el eje de una filosofía muy ingeniosa, expresada por mí en sendas paradojas y obras de teatro; pero, a menudo, hastiábanme la insulsez y necedad de nuestra existencia. Sólo nos hemos encontrado en el lodo. Y, por muy cautivante, por excesivamente cautivante que fuese el tema en torno al cual giraba invariablemente tu conversación, acababa por resultarme demasiado monótono. Con frecuencia, me moría de tedio, pero lo soportaba, igual que soportaba tu predilección por las varietés, o tu manía de derrochar neciamente en el comer y el beber; como una de tus pocas gratas condiciones, es decir, como algo a que no había más remedio que resignarse, o sea, a algo que formaba parte del elevado precio a que había que pagar tu amistad.
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