Continuamos con la Ley Sinde (todavía puede ser aprobada en el Senado)
(Parte 1: ¿Creación o persecución?)
En internet, pasa lo siguiente
- La obra no son letras, sonidos, movimientos, imágenes, no. Son unos y ceros. Pueden hacerse infinitas copias con una calidad exacta a la primera. Por tanto, cualquier obra será llamada a partir de ahora, "archivo".
- El archivo se aloja en un servidor. Si alguna vez alguien se ha preguntado cuántos discos duros forman internet, la respuesta es muchos. Pero es limitado, aunque crece continuamente. Es decir, los datos no están flotando. Están en un disco duro. Cuando visitamos una web en realidad nos estamos descargando un pequeño paquetito con texto, imágenes,... que compone una página web, por ejemplo. Un ataque DDos consiste en sobrecargar el servidor con una descarga masiva de esos archivos, que ya digo, pueden ser páginas web, libros, canciones, películas: unos y ceros.
- Como está en un servidor, si queremos que sea accesible desde cualquier ordenador, es decir, forme parte de la web; necesitamos enlazarla de alguna forma. Ese enlace servirá de acceso a ese archivo concreto. En el caso de páginas web, es la URL (un número), que diferencia inequívocamente una web de otra. En este sentido, internet puede utilizarse como herramienta de almacenamiento virtual o como mercado. Aquí no todo se paga con dinero.
- La popularidad de un archivo depende del número de vías de acceso desde otras webs. Un archivo que sólo está enlazado una vez es mucho menos relevante que uno al que se puede acceder desde un millón de páginas web diferentes.
- Algunas páginas web (peliculasyonkis, cinetube, divxonline,...), que las entidades de gestión acusan de piratería, se han especializado en catalogar enlaces a un tipo de archivos, relacionados con obras cuyos derechos han estado tradicionalmente gestionados por sociedades de autores. No alojan en sus servidores esos archivos, sólo los hacen accesibles. Música y cine principalmente, dos industrias culturales tecnológicas.
La tecnología de la literatura, por ejemplo no ha evolucionado tanto a lo largo del tiempo: el lápiz, bolígrafo, papel y ordenador... y la industria editorial es la muestra de que la difusión de la cultura convierte la piratería en algo positivo. Sin embargo, la música y el cine están siempre sujetos a nuevos avances que abren nuevas posibilidades creativas. Esto provoca una elevada inversión inicial, cada vez más difícil de rentabilizar sólo con la venta de discos o exhibición en salas de cine; y una inversión continua para mantenerse en lo más alto. Son deportes de equipo.
Si la industria tradicional no se transporta a internet al ritmo de los consumidores, el riesgo es la intención política de controlarlo para proteger las entidades de gestión y los autores a los que representan (no a la totalidad), no regularlo:
Debemos tener en cuenta que esa totalidad, en mi opinión, con el paso del tiempo irá creciendo, y utilizará internet como vía de acceso a los públicos en lugar de las tradicionales entidades de gestión. De ello depende la penetración de internet, la inversión publicitaria en internet, la calidad de los contenidos y las vías de retorno de la inversión, que pueden ser instantáneas.
(Continuará)