lunes, 15 de febrero de 2010

Nieve

nieve, copo de nieve

Hoy el cielo se ha desperezado derritiéndose, algo así como un tímido lagrimeo, una pausada nostalgia flotando en la dirección del estridente sonido férreo del gallo asomándose al horizonte desde los tejados. Es así como los adornos más elevados parecen regir las leyes de la naturaleza, invocan los agravios de nuestra inteligencia.

Los techos altos acumulan el peso del blanco y los niños negocian en los callejones con el precio de la pureza, la quietud, el suspiro inmóvil del tiempo, juegan a la guerra sin mercado de sangre, sabedores de que la tregua la dictan las castañas sobre la estufa, los calcetines sudando febriles al calor incendiario y el regazo tierno del crujir del otoño.

La nieve es una de esas cosas que todos deberíamos ver antes de empezar a pensar en vivir, como el mar, el cielo durante un día completo, como el baile de los vientos, el animal gestando su propia supervivencia, la irreverente elasticidad poética en el taconeo del pie quebrado,... Los codos inamovibles, entrelazados, resistentes al frío, pertenecen a esa categoría de los llamados misterios inaccesibles al hombre, aquellos retos que nos colocan en nuestro sitio.