domingo, 6 de diciembre de 2009
Saturno
Saturno había relamido la tarde hasta dejarla sin color.
Ops le había ocultado la existencia de su descendiente y debía encontrarlo si es que deseaba perpetuar su reinado. Después de apagar el cielo, encendió los focos del universo y los cargó de reojos. Inició su búsqueda.
Júpiter, desorientado, buscaba por todas partes un escondite alejado del reino de su padre, dios del cielo y de la tierra. Buscó pues en la luz y en las sombras, en lo inhabitado, y esperó bajo la protección de su madre evadir la ira de su padre hasta desarrollar sus poderes.
Saturno arrasó bosques, destruyó ciudades y removió los mares como nunca se había hecho hasta entonces. Pocos quedaron para ver su odio y desesperación en contra de la vida.
Saturno, que se enfrentó anteriormente a su padre, de cuyos testículos, al caer al mar, nació Afrodita; debía enfrentarse a su destino de manera inevitable... ¿Qué podía hacer? Era demasiado tarde, su hijo había crecido y pronto dispondría de la ayuda de los Titanes para derrocarlo. ¡El destino estaba sucediendo tal y como lo pronosticaron sus padres, Urano y Gaia!
Cómo evadirlo, se preguntaba Saturno, aún con la piedra que Ops le dió en lugar de su verdadero vástago revolviéndole el estómago. Era demasiado tarde. Júpiter entró en la sala acompañado por grandes monstruos y se enfrentó a él. Abrió la boca de Saturno y uno a uno rescató a sus hermanos de las vísceras de su padre, que quedó desterrado al mundo de los mortales.
Lo curioso es que tras su destierro en Lacio (Italia), en el mundo mortal dio comienzo la edad dorada. Los pobladores de Lacio durante el gobierno de Saturno vivieron una vida cómoda, sin injusticia, regulada por eternas primaveras que les permitían tener buenas y abundantes cosechas (es por ello que Saturno es recordado como el dios protector de las siembras). Pero, tristemente, al ver Júpiter que su padre era tan feliz, lo envió al infierno, terminándose así la época de primavera eterna en la región de Lacio, e instaurándose así las cuatro estaciones tal como las conocemos en la actualidad.
¡Qué gran paradoja pues, la que siempre acompaña a los egoístas que se disfrazan con ideales de cambio!
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