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Krishna esboza un ligera sonrisa y se dirige al héroe abatido, inmóvil entre los dos ejércitos:
Te sirves del lenguaje de la sabiduría,
pero te afliges por estos cuerpos que no lo merecen.
El verdadero sabio no se apiada
ni de los muertos ni de los vivos.
Yo nunca he dejado de existir, ni tú, ni estos reyes.
Y todos nosotros seguiremos existiendo en el futuro.
El ser pasa de un cuerpo a otro:
tras la muerte del cuerpo, se encarna en otro cuerpo.
Como el hombre rechaza los vestidos usados
para ponerse otros nuevos,
el ser, sin cambio, abandona un cuerpo
para entrar en otro cuerpo nuevo.
Todos los cuerpos están así penetrados
por el Ser imperecedero,
el Ser eterno, el Ser indestructible,
el inagotable, el Ser sin fin.
Sólo los cuerpos son perecederos,
mientras que él, el Ser que mora en ellos,
es eterno, indestructible e infinito.
Lucha, pues, sin temor, Arjuna.
El ser no mata ni es matado;
el ser no nace ni muere;
no nacido, permanente, eterno, primordial,
el ser no perece cuando el cuerpo perece.
Las armas no atraviesan el ser,
y el fuego no lo quema;
el agua no lo moja,
y el viento no lo seca.
Quien conoce al Ser como indestructible,
como eterno, no nacido, inalterable,
ese hombre no mata, oh Arjuna,
ese hombre no hace matar.
- E incluso, aunque pensaras, según la opinión común, que el espíritu nace en el momento en el que el niño viene al mundo y muere en el instante del fallecimiento, incluso en este caso no tendrías que afligirte. Lo que nace está abocado a la muerte y lo que muere está destinado a nacer. ¿Por qué entristecerse entonces ante lo ineludible? Más vale pensar en Atman. Para los que lo ven, el Atman aparece como un prodigio; otros lo consideran como tal según los libros o por lo que han oído.
[…]
Krishna explica así a Arjuna el peligro de no dominar los sentidos; cómo estos perturban el pensamiento del hombre demasiado inclinado a las preocupaciones materiales. Krishna describe también la pendiente del envilecimiento humano: ¡aquel cuyo pensamiento está perturbado, cae en picado!
Si el hombre pierde el tiempo con los objetos de los sentidos,
poco después aparece el apego a ellos;
de este apego nace el deseo;
y este, frustrado, engendra la ira.
De la ira procede el error,
es decir, la falta de discernimiento.
El error debilita la memoria,
y de ahí viene el olvido de las enseñanzas que ayudan
a seguir el camino de la Virtud.
La mengua de la memoria arruina la razón,
que discierne entre el bien y el mal.
Si la razón desfallece, el hombre se ve privado
de toda aspiración hacia lo divino:
¡este hombre está perdido!
Krishna indica ahora a Arjuna cómo alcanzar la paz del alma, cómo ver claro por uno mismo:
Conoce la paz
quien se acerca a los objetos
controlándose a sí mismo,
sin amor y sin odio.
Para él, el final de sus males
reside siempre en la paz;
pues la razón, que domina el pensamiento
pronto aparece fundada-en-el-Conocimiento.
El hombre carente de estabilidad
ignora la sabiduría y la meditación;
y el que no medita no consigue la paz.
¿Cómo podría alcanzar la felicidad?
El pensamiento debilitado y sometido a los sentidos,
que saltan de un objeto a otro,
este pensamiento extravía el juicio del hombre,
como el viento que arrastra al barco mal gobernado.
Alcanza la paz, por el contrario,
quien recibe, sin inmutarse, todos los deseos
como el océano a los ríos.
El océano recibe aguas de todas partes
y, sin embargo, permanece inalterado.
[…]
Fragmento de El canto del bienaventurado (Bhagavad Ghita), extraído del Mahabarata.