jueves, 21 de abril de 2011

Antonio Machado

De Campos de Castilla (1912)

Parte VIII de Campos de Soria (página 94)

He vuelto a ver los álamos dorados...


He vuelto a ver los álamos dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio:
tras las murallas viejas
de Soria -barbacana
hacia Aragón, en castellana tierra-.

Estos chopos del río, que acompañan
con el sonido de sus hojas secas
el son del agua, cuando el viento sopla,
tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas.

¡Alamos del amor que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos que seréis mañana liras
del viento perfumado en primavera;
álamos del amor cerca del agua
que corre y pasa y sueña;
alamos de las márgenes del Duero,
conmigo vais, mi corazón os lleva!












antonio machado poesias-completas




La obra poética de Antonio Machado

Ensalada

ensalada, dibujo ensaladaEra la primera vez que veía el interior de aquel aparato. Acababa de comprar el diseño y la impresión duró aproximadamente media hora. Apenas ocupaba el espacio de uno de esos frigoríficos de la época contemporánea que ocupaban los barrancos y alguna que otra tienda de antigüedades especializada en el siglo XX.

En su interior, en la base había una nota en la que ponía "Tierra aquí". En principio cualquier tipo servía, aunque la industria de fabricación terrestre ya se encontraba en las manos de unas pocas empresas y, sin duda, los resultados eran mucho más satisfactorios para ambas partes. Decidió probar con abono producido a partir de los desechos de la cena.

Esparció la tierra, puso una semilla de lechuga y, según el manual, había que "humedecer copiosamente la tierra". Una botella de oxígeno con un difusor automático y un mecanismo para controlar la calidad del oxígeno y la máquina haría el resto. No había ningún cristal en la puerta que le permitiese verlo. Cerró la puerta herméticamente, pulsó el botón dos veces: 30 segundos más tarde, abrió la puerta después del aviso de rigor.

Allí estaba, una lechuga perfectamente madura sobre una tierra absolutamente desértica. Aquel invento realmente merecía la pena. ¿Para qué comprar verduras cuando podías plantarlas y recogerlas tú mismo en apenas medio minuto, sin riesgo de plagas?

Después de descifrar la fórmula de la gravedad, jugar con el tiempo era una cuestión científica. Una nueva posibilidad tecnológica. Había escuchado que también estaba empezando a utilizarse en animales, aunque la velocidad debía ser menor y mantener el suministro de pienso y agua a un ritmo constante.

En cuatro minutos, la ensalada estaba lista.


(Jugando, todavía, a la ciencia ficción)