Sabe hacerlo con los ojos cerrados. Coge de los extremos un pañuelo, estirado sobre la mesa. Cubre sus ojos de negro y relaja el cuerpo. Lo ha hecho cientos de veces, podría decir incluso que una vez estuvo a punto de desistir. A un suspiro de tirarlo todo por la borda.
Relaja el cuerpo, despeja un nudo de polinomios en el cerebro. Palpa los bordes.
Empieza.