jueves, 22 de abril de 2010

El fin de la evolución

A veces los milagros ocurren, y se disfrutan más cuando son pequeños; quisiera compartir con vosotros uno de esos pequeños milagros, traído nada más y nada menos que desde 1956:

"Ahora pienso que la creciente mecanización y "estupidización" de la mayor parte de procesos de manufacturación suponen un serio peligro de degeneración general para nuestro órgano de la inteligencia. Cuanto más se igualen en la vida las oportunidades entre los trabajadores diestros y los irresponsables (por la represión de la habilidad y por la generalización del trabajo tedioso y aburrido), tanto más se hará superfluo un buen cerebro, manos expertas o un ojo agudo. En efecto, se favorecerá al hombre poco inteligente que toma la fácil alternativa de una labor aburrida; será lo más fácil para prosperar, para establecerse y para engendrar una descendencia. El resultado puede llegar incluso hasta una selección negativa en cuanto a talentos y promesas.

Las penas de la vida industrial moderna han creado instituciones destinadas a mitigarlas, tales como las de protección de los trabajadores contra la explotación y el desempleo, y muchas otras de asistencia y seguridad. Se consideran razonablemente beneficiosas y se han hecho indispensables. Pero no podemos cerrar los ojos ante el hecho de que, aliviando la responsabilidad del individuo por preocuparse por sí mismo y con la igualación de las oportunidades para todos los hombres, tales instituciones también tienden a amortiguar la competencia de talentos, lo que supone un freno a la evolución biológica. Me doy cuenta de que este punto es extremadamente polémico. La preocupación por nuestro bienestar actual es un argumento muy fuerte comparado con nuestro futuro evolutivo. Pero afortunadamente, así lo creo, ambas cosas van unidas de acuerdo con mi argumento principal. El aburrimiento se ha convertido en el peor azote de nuestras vidas. En lugar de usar la ingeniosa maquinaria, hemos inventado una cantidad creciente de lujo superfluo; debemos pensar en desarrollarla de forma que libere a los seres humanos de todas las manipulaciones no inteligentes y mecánicas. La máquina debe asumir la labor para la que el hombre es demasiado bueno, y no el hombre el trabajo para el cual una máquina es demasiado cara, como ocurre con bastante frecuencia. Esto no tenderá a abaratar la producción, sino que hará más felices a las personas involucradas. Pero no hay demasiada esperanza mientras prevalezca la competencia entre las grandes empresas del mundo. Este tipo de competencia es poco interesante y sin valor biológico. Nuestro objetivo debería centrarse en restituir la competencia interesante e inteligente de los seres humanos como individuos".


Y me atrevo a llamarlo milagro no sólo por la magistral argumentación de su teoría, ni por la fantástica y a la vez triste casualidad de nuestra coincidencia de opinión pese al transcurso de los años (el tiempo arroja sus ideas como irresolubles, condenadas a la teoría, cosa que infunde inevitablemente al nihilismo de que nada cambiará); también por el momento en el que nos hemos encontrado.

Hace poco tuve una idea que viene a refundar mi teoría sobre la profunda conexión entre el arte y el sistema económico. No sé muy bien cuál de los dos caminos me llevó al cruce en el que convergían ambas carreteras (una recién asfaltada y otra exitosamente natural), la cuestión es que la única dirección era el progreso; la misma dirección a la que nos dirigimos actualmente. Y no me gusta.

La cuestión es que una idea puede aportar un beneficio a nivel individual a través del conocimiento y, sin embargo, un perjuicio a nivel global por parte de las aplicaciones comerciales que puedan aplicarse a la misma herramienta. ¿En qué estaba pensando Einstein, podíamos pensar, cuando demostró la teoría de la relatividad? Imaginamos que no pensaría en bombas atómicas... (es más, lo sabemos) ¿y qué es la guerra si no un negocio? Pero así están las cosas.

La pregunta es si Einstein habría podido vivir (no me refiero a sobrevivir) sin dejar que su corazón midiera su capacidad, sus límites; pese al riesgo de dejar toda la responsabilidad posterior del uso de sus descubrimientos en el resto de la humanidad, que también ha sido quien ha pagado las consecuencias que ello podía conllevar (en la vergüenza está la prueba); ¿egoísmo o traición? ¿Egoísmo y traición? ¿Acaso no sería traicionarse a sí mismo dejar sus ideas para uno mismo? ¿Acaso tendría sentido la imaginación si el miedo la agota por telediarios?

Quizás el problema está en que aún no he descubierto la idea que me invite a pensar que es posible un cambio de dirección... pero temo no tener suficiente tiempo (por suerte internet y otro inquieto al otro lado es todo el recurso que necesito) para cruzarme con ella; y que sea demasiado tarde...

En cualquier caso... cada día que pasa me considero más un turista dentro de esta especie; mis teorías son absolutamente desesperanzadoras pero no se me ocurre otra verdad... y en el fondo me atemoriza la más mínima posibilidad de estar en lo cierto.

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