Es difícil empezar a escribir, en eso podemos estar de acuerdo. Lo único fácil es que sólo tienes que empezar a hacerlo... y seguir. No es que no tenga nada que decir, al contrario, tengo tantas cosas que contar que lo difícil es elegir una para no hacer de esta especie de charla hacia ninguna parte un monólogo monótono y aburrido...
Es día 5 de enero, esta noche vienen los reyes magos y sé que no tendré regalos, y no estoy triste. No necesito regalos. Hace apenas diez minutos he abierto un álbum de fotos de a saber que año... Hace unos años me dediqué a buscar todas las fotos que tenía de pequeño, escanearlas y subirlas a internet, hoy he visto fotos que no había visto nunca. He visto mi carita de niño perdido y mi carita de sonrisa hasta límites auditivos... sin dientes, con una tarta de cumpleaños, piñatas, familiares, compañeros de primaria... todo un sinfín de recuerdos y desrecuerdos. Desrecuerdos, esos momentos que no recuerdo en absoluto y que desterré, sin encontrar aún una razón convincente, de mi memoria... supongo que no se puede recordar todo... por suerte tampoco se puede olvidar todo.
En una de esas fotos estaba con mi familia y una amiga de Holanda que veraneaba en Los baños con su marido y su hijo en un pequeño apartamento de ventanas con vistas al mar, ventanas por las que pasé mirando horas y horas con unos grandes prismáticos que por aquel entonces se me escurrían entre las manos. Posteriormente le haríamos una visita a su familia en tierras flamencas. En la fotografía estábamos detenidos, en pausa, comiendo en un restaurante de buffet libre en Dalías. Era un restaurante pequeño, con los manteles de papel del grosor de un folio (no podía evitar agujerearlo hasta ver los límites de su consistencia), había de todo para comer, recuerdo con especial nostalgia mis duelos de esgrima con los caracoles y la suavidad de las papas a lo pobre en el paladar... Después de comer salíamos a jugar a un parque que estaba en la parte trasera de un patio del restaurante, donde había un balancín y un columpio (ahora están desvencijados).
Junto a mi hermana estaba Rick, una mujer que dentro de la foto mantiene sus 60 años de una manera brillante (fuera también los mantenía por aquel entonces); que siempre llevaba sus gafitas y el pelo corto, blanco como la nieve, entonando un tono siempre pausado y alegre.
Su marido, Ian, murió hace al menos 5 años y Teo, su hijo, ahora tendrá alrededor de 40 años, lo acaban de operar del corazón.
Lo sé porque al ver la foto le he preguntado a mi madre por ellos, y hemos decidido llamarla para saber cómo está. Está en el hospital, también tiene problemas de corazón y ya apenas sabe español... hace bastante tiempo que no viaja a España y al parecer no tenía cerca el pequeño diccionario que llevaba a todas partes. Pero es feliz, se lo he preguntado directamente.
Es difícil empezar, pero más difícil es despedirse cuando eres consciente de que quizás, sea la última vez.