Estirados y desnudos sobre la cama, completamente sudorosos. Dirigían la vista hacia los rayos de luz que dibujaban diagonales en el aire a través de la persiana. Ella, con la cabeza apoyada sobre su corazón, podía escuchar el palpitar tranquilo y reposado. Él la rodeaba con su brazo izquierdo, y con los dedos acariciaba la suavidad de su juventud, en una travesía improvisada sobre su espalda.
- ¿Me quieres? -preguntó dulcemente.
- Quiero que seas feliz -respondió él con una rapidez desconcertante.
- ¿Qué quieres decir?
- Quiero que seas feliz, sea conmigo, o sin mí.
Ella levantó la cabeza y lo miró directamente, con la mirada alarmada por un impulso que escapaba a sus intenciones.
- ¿Por qué nunca me lo dices después de hacer el amor?
- Quiero ser feliz, sea contigo, o sin ti. Si me quieres, deberías hacer lo mismo.
Como tantas otras veces, no estaba segura de entender sus palabras y ante el temor de estar equivocada, o el terror de estar en lo cierto, volvió a apoyar la cabeza y cerró los ojos. Él, como si nada acabara de ocurrir, continuó analizando la inclinación de las tiras de luz, mientras acariciaba en su espalda las notas de la canción que sonaba el día que se conocieron.