viernes, 2 de abril de 2010

Esclavos del miedo

Es extraño aceptar con el tiempo lo que uno mismo escribe, como si el ejercicio de escribir se convirtiera en una especie de revelación de los propios pensamientos aún antes de que los hubiere imaginado. En esto se está convirtiendo escribir sobre la humanidad, desde fuera de la humanidad, aún cuando mi cuerpo pertenece a esta especie.

Soy de los que piensan que los animales sienten y son felices; ¿es que acaso no lo somos nosotros después de orinar, comer o echar un buen polvo? Si aquello que nos recuerda a cada instante que somos animales es para algunos lo único que nos une a la felicidad y también al resto de especies, ¿por qué el resto de especies no van a paladear el placer de los sentidos?

¿Y por qué parece tan importante si sienten o no los animales?¿Acaso deberíamos basar nuestra visión y nuestro trato en función de sus sentimientos?¿Es la empatía el único mecanismo que puede evitar nuestro suicidio? No lo sé. Sin embargo, mira a tu alrededor, tú, urbanita: los únicos animales que ves a tu alrededor son tus esclavos.

Si te das cuenta el único sonido de animales que puedes escuchar ahora mismo en cualquier ciudad es el ladrido condescendiente y el dulce y rebelde canto de los pájaros de los parques.

Las pequeñas aves son los únicos animales que han sobrevivido entre nosotros de forma salvaje. ¿Por qué? a) no volamos y, por tanto, pueden huir de nosotros con facilidad; b) su alimento (insectos o restos de comida) proporciona comodidad y limpieza a pequeña escala a nuestra especie; c) el hombre utiliza aves para uso propio, por ejemplo en los aeropuertos, aunque parece ser que es sólo cuestión de tiempo (probablemente el hombre, a través de los aeropuertos, marcará las rutas migratorias de las aves "por la seguridad de sus pasajeros") o la magia gracias a las más ingenuas; y d) sus excrementos no son extremadamente temidos por nuestra especie.

Aún así, aunque las palomas urbanas (.pdf) ya se han convertido en un peligro al portar en sí las características propias de la naturaleza: deterioran los edificios que el hombre levantó sobre una tierra llana y transmiten enfermedades que ponen en riesgo la común a todas las especies y más necesaria enfermedad de todas: la vida (¿es acaso la vida humana una vida diferente?).

A las palomas ya se les llama incluso "ratas con alas". Como si así fueran a ofenderse y decidieran por voluntad propia dejar paso a nuestra codicia, es más, las golondrinas "se rebelan" contra nosotros poniendo sus nidos en nuestros balcones, sustitutos de los árboles que les robamos.

Las ratas de ciudad (que hace tiempo que dejaron de vivir en el agujero de la pared de la cocina), sin embargo, no pueden huir tan fácilmente de nosotros, por lo que han quedado desterradas a los lugares a los que el hombre no tiene acceso por cuestión de tamaño o salubridad. Sólo pueden vivir en los resquicios de la máquina que el hombre ha creado. Si sólo hay tan pocos tipos es simplemente porque las otras 643 especies de su familia, los múridos, no han resistido bajo esas condiciones o no han tenido tiempo de adaptarse al nuevo depredador: el progreso. Con mucha más capacidad de adaptación debido a su alta capacidad reproductiva, los insectos se han adaptado mucho mejor, e incluso han provocado plagas cuando el hombre ha dejado de alejar sus excrementos de la ciudad o el planeta.

Lo curioso es que, a cambio de su destierro, el hombre ha beneficiado a estas especies con su mayor conquista: su explosión demográfica. Estas especies, al estar adaptadas para el ecosistema urbano, no tienen muchas dificultades para expandirse a lo largo y ancho del planeta gracias al calor. Ese es el milagro de la supervivencia en términos de selección natural (o te adaptas o desapareces).

Es cierto que las cucarachas sobrevivirían a un desastre nuclear, sin embargo, esto no significa que "conquistarían" la Tierra, no encabezarían la lista de opresores; los insectos no producen calor interno, por lo que si la luz no se mantiene encendida en las zonas frías del planeta morirían. El caso de las ratas es similar, sobreviven gracias al calor y a los residuos que generamos, fuera de las ciudades tendrían que buscar comida en un área más extensa y no tendrían la protección de los edificios; en un planeta de animales el sol volvería a marcar el curso de todas las vidas (véase el documental La vida sin seres humanos, una vez conocido el gran final aumenta el valor de los detalles).

Son esclavos porque les servimos de sustento pero nos temen. Y esa es su única forma de sobrevivir ante un depredador tan hambriento.

El resto de mamíferos de tierra: los perros, gatos o cualquier otra mascota, que duermen en el salón de casa, que sólo despiertan sus instintos al olor de la carne; no entran dentro de esta utopía. Comen comida elaborada, transportada en sacos y servida en plato. Son esclavos que obedecen órdenes, las suficientes como para no temerlos, símbolos de la inocencia perdida.

Porque somos esclavos de nuestro miedo.