Vamos, pensó mirando el agua oscura y la inclinación del sedal. Come y así la mano cogerá fuerzas. Ella no tiene la culpa y llevas ya muchas horas con el pez. Pero no seguirás con él eternamente. Cómete el bonito.
Cogió un trozo, se lo llevó a la boca y lo masticó despacio. No era desagradable.
Mastícalo bien, pensó, y sácale todo el jugo. No estaría mal con un poco de lima o limón y un poquito de sal.
- ¿Cómo te encuentras, mano? -le preguntó a la mano agarrotada que estaba casi tan rígida como si tuviese rígor mortis-. Comeré un poco más por ti.
Se comió el otro trozo de la tira que había cortado en dos. Lo masticó con cuidado y luego escupió la piel.
- ¿Qué tal estás, mano? ¿O todavía es demasiado pronto para saberlo?
Cogió otro trozo y lo masticó.
Es un pez fuerte y vigoroso, pensó. He tenido suerte de pescarlo en lugar de un dorado. El dorado es demasiado dulce. En cambio, este no lo es y conserva toda su fuerza.
Extraído de El viejo y el mar de Ernest Hemingway
(Digno de leer del tirón)