Granada, un enero de 2010, conviviendo en una casa con auténticos amigos... viviendo la vida universitaria como un mundo por explorar, como un mundo por conocer. Estoy cambiando.
Hace un tiempo hice a un profesor de clase el primer editor lector de mi poesía. De mi vida. Le gustaron e incluso me propuso "publicar algo". Después de algunas cosas más, ahora mismo un editor que me dijo que le gustaron tiene mi número de teléfono; si no buscaré otros medios, pero lo mejor de todo esto es que realmente quiero ser poeta. No hace mucho le dije a Miky, "últimamente escribo poesías para ser leídas", y después de una infancia de absoluta y abominable timidez al respecto, exceptuando que gané un concurso en la escuela (lo hacía por el disfrute que ya era para mí escribir, no por ganar); me he lanzando a la utopía, quiero ser poeta. Empezar a aprender a recitar y enfrentarme al reto de pensar en publicar un libro.
La idea en un principio me asustaba... era algo inconmensurable, de hecho tengo un libro en mi casa con 500 poesías de todo tipo con una mía en su interior, bien guardada y recogida en el papel, calentita. Éso es para mí publicar un libro... posar mi vida sobre la Historia; y al parecer la única manera de hacerlo es a través certámenes, donde el único que publica y que se conoce es el que gana, el mejor, y a veces el más rentable. Es extraño poner una vida ante un juez... Me estremece, sin embargo, lo he hecho.
Era bastante niño, unos catorce años, no solía ir mucho a la Biblioteca de mi pueblo, no solía salir mucho de casa por las tardes, mi vida era básicamente casa, colegio y deportes extraescolares; mi infancia puede parecer bastante rutinaria en ese sentido, pero en muchas ocasiones era yo mismo el que la inventaba, era mi infancia, ¡y nadie podría impedir que fuera tierna y dulce!
La cuestión es que hubo un concurso de poesía en El Ejido, y yo, sobre mis delgadas piernas, y en gran parte gracias a mi profesor de música, me dirigí ya bien tarde a la Biblioteca a presentar varias poesías... nunca lo había hecho y lo de la plica no terminaba de quedarme claro... es decir, los bibliotecarios tuvieron que esperar a que terminase para cerrar. Al final creo que lo hice mal y todo. En cualquier caso, las envié todas, era algo que me sentía obligado a hacer, a demostrarme a mí mismo que quería sacar mis poesías al mundo. Se podría pensar que perecí ante un jurado pero no, el significado del acto en sí mismo para mí fue mucho más allá, ahí me demostré mi valentía de enseñarle mi poesía a una persona cuyo trabajo era valorar, para algún bibliotecario curioso que al día siguiente viera un estropicio de papeles grapados a un sobre, sueltas por ahí... libres. Nunca supe quién ganó el concurso.
Y para concluir toda esta inconmensurable parrafada a cargo de un feliz vagamundo en potencia, quería compartir con vosotros un cómic, Bakuman, de Tsugumi Ohba y Takeshi Obata, del que he refutado una posible respuesta a un conflicto interior respecto a lo de publicar un libro, ¿cómo debe ser mi hijo? Nunca he escrito para nadie más que para las imágenes, los ideales que he conocido a lo largo de mi vida, a las máscaras, a mis máscaras. No sé a quién pueden gustarle pero sé cuántas páginas quiere llevar, las mismas que las del libro de Cuaderno de Nueva York, de José Hierro (se lo regalé a un amigo). Sólo sé que quiero que la edición digital sea gratuita, utópica, libre. Sin lugar a dudas, nunca seré más rico de lo que ya soy pero está claro que me augura una vida de agujeros en los bolsillos de los pantalones... Pero, después de todo y ante todo, no hay momento en el que pueda sentirme más orgulloso de mí mismo que al tener la posibilidad de pensar sobre mí que soy, después de todo y ante todo, humilde.
Y feliz.