lunes, 12 de abril de 2010
Cómo se aprende a escribir poesía
De pequeño escuché a alguien decir que a escribir se aprende leyendo, entonces no lo comprendía del todo. Ahora creo que sí. Defines tus gustos cuando has leído lo suficiente como para formar tu criterio respecto a una forma o un estilo de expresión, entonces empiezas a disfrutar de la lectura que conoces. Sin embargo, creo que eso se queda a medias.
Escuchamos porque queremos tener cosas que contar, necesitamos llenar nuestro tiempo de vida, de curiosidades (aunque sangre). Es por esta inquietud por lo que es necesario sentir mientras se lee, formar parte de la obra. Así adquirimos el gusto, compartiéndolo con el autor, siendo una de las muchas obras únicas dentro del universo de lectores de esa obra, de esa pluma, de todas sus horas.
Cuando adquirimos el gusto y seguimos leyendo más y más no sólo conocemos a nuevos autores, también conocemos más a los que nos gustan. Cuando el arte nos desagrada nos muestra a pleno sol de mediodía cómo doraban nuestra piel los rayos de esa noche estrellada; qué tenía que susurrarnos que no podría haber sido dicho de más simple y claro modo, con la misma sencillez que usa la belleza para peinarse por las mañanas. Cuando el arte nos desagrada nos recuerda de dónde venimos.
Pero si no se cuenta, ni se escribe, ni se es; ¿para qué seguir leyendo? Pero si se cuenta y se escribe, se es: se aprende a ser. Con haber conocido una sola vez el recogimiento del corazón en el pecho, con el latido alejándose de esas páginas que son uno mismo y volviéndose a acercar, como un amigo extraño que busca sus perdones ante su ignorancia, y obtiene preguntas; con eso basta. Después, se escribe.
¿Cómo? Empiezas siendo tú sin ser tú, siendo ojos que ven y manos que tocan. Cuando sigues escribiendo sigues siendo tú acercándote a ti, son tus ojos los que palpan el páramo en blanco a ciegas pero no sabes tocar el piano. A tocar el piano se aprende gracias a ser tú, escribiendo hasta aprender a sobrevivir como un náufrago en una isla de blanco y a dejarte arrastrar por su marea, pos sus impulsos, por palos de ciego que de vez en cuando encienden alguna bombilla. Empiezas a ser música.
Cuando escuchas por primera vez esa música tuya pierdes el miedo a la duda. Tocas por el placer de escucharte, por curiosidad, por conocer qué tienes que decirte, por sorprenderte. Después conoces a otros por medio de su palabra; y descubres en ellos puertas a alguna parte que sólo tienen pomos en sus poesías, en las poesías de tus maestros.
Y atraviesas la puerta, y escribes. Y hablas con ellos. Y todo sucede sin decir nada, sólo mirándose directamente a los ojos. Y hablas con ellos. Y eres tú en mitad de la soledad misma. Y nunca vuelves a estar solo.
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