Hoy han pasado dos cosas importantes, y además, hace poquito tiempo.
El libro ya está terminado, ya he pedido un ejemplar para ver el resultado a todo el trabajo desde un más que lejano mes de marzo. Cuatro meses. Tres y uno de descanso para ser correctos, pero recuperar el ejercicio del escribir es algo que debe computarse. Caer incluye levantarse, y he caído hasta mis propios límites, hasta el fondo; he arrancado algo que no sabía que tenía, un sueño. Estoy agotado de rebuscar dentro de mí, de buscar flores enterradas en la orilla del mar. Sólo queda lo de siempre, recibir la carta, un envío milagroso para alguien que no escribe cartas ni quiere demasiado contacto con los bancos. Sólo ser una vez más el destinatario.
Lo segundo es más importante aún. Ha vuelto a mis manos un cuadernito verde de 90 páginas de 80 gramos, el segundo. Ya voy por el cuarto aunque en verano escribo mucho menos. Ha permanecido mucho tiempo cerrado, el primero y el tercero ya crujen al abrazarme, mientras que una fotografía desgastada por el tiempo no ha traspasado las ideas. En definitiva, un bonito episodio de mi pasado. Con mucho amor, que eso ya es algo.
Mis primeros pasos en la observación del mundo como algo infinitamente conectado. Un camino que empecé a recorrer sin un final concertado y que ha quedado como el inicio de mi yo. Sólo cuando me tocó aprender a vivir acompañado descubrí la ligereza de los pasos del solitario, es cierto que el rumbo quedó mermado, pero la técnica del vuelo a veces sólo consiste en predecir la dirección del viento.
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