Anoche el destino decidió mecanografiar su sentencia sobre el toldo de la terraza. Un preludio del diluvio universal. O eso parecía. Porque estaba solo.
Las horas aprovecharon para modelar la cara de dios y no pudieron más que girar sobre su propio eje, declarando culpable de su encierro a cada una de las direcciones. No quise entrometerme en sus asuntos. Preferí poner la almohada sobre mi brazo. No sé si para impedir que un dios cualquiera durmiese conmigo o para recordar las noches de tormenta que pasamos juntos.
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