Antoñito cogió el pimiento verde del delantal de su madre, enfrascada en una marabunta de platos delante del fregadero, y tiró de él para llamar su atención. El verde no se movió. Volvió a tirar con más fuerza:
- Antoñito, ¿no ves que estoy ocupada? ¿Qué quieres?
- Mamá, quiero hacerme artista.
Mamá, sorprendida de la nueva ocurrencia de la personificación de la inquietud, dejó caer una fuente con restos de la lasaña de la noche anterior sobre la espuma, se agachó y se puso a la altura de los tres años como tres finos dedos de Antoñito.
- Hijo mío, eso no se hace, se nace...
- ¿Y en qué estabas pensando cuando nací?
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