"La mayor parte de los escritores que se reúnen en los salones y que conversan con hombres y mujeres de la nobleza erudita, están allí por la necesidad de hacer carrera: es un medio -uno de los pocos- de obtener protección, mecenazgo o pensionado. Porque, en efecto, a final del Antiguo Régimen, no ha surgido todavía el autor tal y como hoy es entendido; viviendo de lo que escribe, a través de un entramado que lo liga al editor y al público, así como a la obtención de una recomensa en función de las ventas y en atención a sus derechos de propiedad sobre lo escrito (derechos de autor). Tales conceptos jurídicos son todavía extraños o comienzan a ser formulados por algunos reformadores iluministas. En todo caso, no son todavía norma.
La dependencia del escritor de su habilidad en las relaciones personales, de su conversación y sus maneras en los salones, de su capacidad para sorprender a potenciales protectores, incidió en la difusión de las ideas gestadas en ámbitos ilustrados. Porque, como es obvio, no todos los escritores tuvieron la suerte del patrocinio o no la tuvieron de forma continuada. Y buscaron otros caminos para salvar coyunturas adversas. Por ejemplo, dedicarse al contrabando de libros o, conociendo bien tales redes, espiarlas para denunciarlas a la policía actuando como confidentes a sueldo. Pero sobre todo, encontraban trabajos donde afilar lápices, aunque no sirviesen a sus supuestas capacidades creativas. Se hacían periodistas o maestros, libelistas o secretarios. Ocupaban el renglón inferior de la República de las Letras, el de los "oficios intelectuales"; la policía no sabía muy bien cómo llamarlos y utilizaba apelativos tan genéricos como garçons.
En todo caso, a través de los escritos periodísticos o libelísticos que producían, a través de su acercamiento como instructores o secretarios a determinadas esferas sociales, difundían lo que habían aprendido en los salones o lo que sus amigos asistentes a ellos les contaban. Así pues, los juicios públicos, los criterios independientes, cruzaban el umbral del salón y ganaban a lectores no implicados en ellos."
Enric Bordería Ortiz, Antonio Laguna Platero y Francesca Martínez Gallego.
Extraído de Historia de la Comunicación social.
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