Todo comenzó un día luminoso y frío de abril, los relojes daban las trece. Era 1984.
Acababa de despertar del letargo y pese a la inevitable somnolencia apostada en las legañas que inundaban mis ojos y me invitaban a volver a cerrarlos, quería abrirlos. La luz me quemó la vista, seguía estando ciego, pero no podía esperar sentado a que se adaptase mi sistema nervioso (algo no muy complejo si tenemos en cuenta que acababa de renacer); la duda tiró de mi curiosidad como un caballo intempestivo, apreté fuerte sus riendas contra las palmas de mis manos y comencé a volar en busca de respuestas.
Rápidamente me encontré construyendo las paredes de mi casa más allá de mi piel, la mentira se escondía bajo el barro que embadurnaba mis manos en el que se mostraba como un infinito intento de construir mi verdad. Estaba justo al lado, la tiranía estudiaba a pocas sillas de distancia cómo mantenerme pegado al asiento y en silencio. Necesitaba gritar, y grité como jamás lo había hecho antes.
El grito fue tal que me aclaró la voz, pero descubrí que a mi alrededor el mundo era sordo. Debía averiguar por qué, si era anatómico o pandémico... Descubrí el cómo entre vaivenes de infantiles papelitos con notas, cómo era la mano que golpeaba mi cara congelada por la madrugada en un intento más de despertarme. Aprendí entonces a gritar más fuerte: la idea sólo es buena si parte de un objetivo concreto y aporta resultados mesurables, pero toda idea es buena si el objetivo es sembrar la duda. Pero estaba solo.
No importó, no daba tiempo, era cuestión de segundos enfrentarme de nuevo a la realidad como un esclavo más del presente, como un espectador más de la más infame conspiración contra la Humanidad por parte de políticos súbditos del voraz sistema económico. Atlas se estaba suicidando y todos callaban. Perdón, también eran silenciados todos los que tenían coherencia y voz dentro del escaparate.
Algunos murmullos me gritaban desde alguna parte. Entre el caos resonaban las palabras educación y creatividad como posibles soluciones a todo este engranaje directo hacia el precipicio. El arte del liderazgo estaba desaparecido en combate, bien adormecido por la codicia y los anestésicos...
Era demasiado para mí, los moratones custodiaban el perímetro de mis ojos, las hemorragias de nariz, boca y ambos pómulos carecían de importancia, nimiedades ante los desgarros en mis dedos y la extrema tirantez de mis cuerdas vocales. Durante un tiempo fui poco más que un títere sin cuerdas.
Pero ante mis ojos, desde cerca, he visto abrirse la caja de Pandora, instalar su lenguaje universal en cada extremo del planeta y ver germinar comunicaciones rumbo a la libertad, a una primavera que ahora quiere ser controlada... La diferencia es que esta vez nos encontramos dentro de la caja, es ahora cuando podemos agarrar por el cuello de la camisa a los demonios, tenerlos cara a cara...
Mientras tanto, sigo tirado en el suelo, todavía gritando, esperándote para aprender a caminar juntos.
Solo.
NOTA:
Como podéis ver, no es cosa de un día. Eso es lo que más miedo me da. Tengo miedo de que en algún momento deje de dudar, y vergüenza de calcular mi número de esclavos... he de descansar un poco...
Conque 1984, ¿no? Vaya pedazo de libro, a mi me lo dejó un amigo hace unos meses y aluciné ;)
ResponderEliminarUn beso y suerte con los exámenes, que los tenemos ya encima!