(Vía Cultura Inquieta)
Cuando un artista muere, sus obras aumentan de valor. No se podrán crear más, aunque sus bocetos, pruebas, ensayos y errores sean infinitamente mayores en número que los cuadros, poemas, canciones, danzas, etc. que se guarden en la memoria sináptica, física o virtual de sus primeros visionarios. Cuando sólo eran jóvenes y tenían de todo menos miedo.
Todos saben qué pasa con las obras inéditas: que dejarán de serlo. Pero más atrás aún queda un estudio, un sinfín de papeles arrugados y tachados en la papelera con una involuntaria intención suicida del creador, que habría preferido no apartarlos nunca de su cabeza sin haber razonado un poco más, y un poco más, y un poco más... y hasta después de reescritos no aparecen un brazo, una pierna, o cualquier pedazo de carne u órgano que la mente extrae de ese cementerio reciclable, y lo implementa a su vez en una especie de infinitud caduca y olvidadiza, publicada e inversionable, incorregible, irrecuperable para el autor.
Atrás queda el orden, el método, los procedimientos previos que vertebran y ayudan a comprender la naturaleza del resultado.
Ésta es la paleta de Vincent Van Gogh; en el enlace hay paletas muy interesantes de otros muchos artistas: Picasso, entre otros. Éstos son los autorretratos de cómo su cabeza permitió trabajar a sus manos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario