Mi primo Álvaro, de diez años, es capaz de pescar pulpos con un pincho nadando cerca de la playa de Balerma. Su hermano mayor los cogía con la mano siendo pocos años mayor. Yo ni era ni soy capaz de distinguirlos del fondo. Para ello, usan gafas de bucear, algo que no necesitan los niños de esta tribu indígena, los moken.
Son seminómadas y viven en la costa del mar de Andamán (Tailandia y Birmania); su supervivencia depende principalmente del mar, pasan la mayor parte de sus vidas en barcos llamados mai pai, que utilizan como casa e instrumento de pesca. Usan utensilios que parecen primitivos comparados con los grandes buques de pesca que llenan las lonjas de las grandes ciudades, por lo que han desarrollado otras habilidades.
En concreto, son capaces de autorregular sus pupilas de forma que pueden ver con una increíble claridad debajo del agua. “Usan la óptica del ojo hasta donde es humanamente posible”, dice la bióloga Anna Gislén; en su estudio titulado Superwater underwater vision in a human population of Sea Gypsies ("gitanos de mar", como también son conocidos), se comparan las pupilas de seis niños moken y veintiocho europeos de 7 a 14 años de edad mirando bajo el agua. Al hacer más pequeñas sus pupilas, pueden ver con algo más del doble de nitidez que los niños europeos.
Esta capacidad no podría llegar a considerarse una característica evolutiva, ya que se puede enseñar a los niños europeos esta habilidad. Eso sí, la experiencia de unos y otros condiciona que se desarrollen o no ciertas capacidades como es el caso, por ejemplo, de la movilidad en los dedos de los pies, que puede llegar a ser igual que en las manos.
En 2004, quedaban 5000. Ahora tienen otro tipo de problemas.
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