No tenía demasiada prisa por llegar. El resto de días de la semana, cada vez que se encontraba en camino, una prisa le atizaba las piernas como a un caballo de carreras. Pero los viernes no, salía antes del trabajo y disponía de su deseada ración semanal de paseo camino a casa.
Aprovechaba para pasar por alto las obviedades cotidianas, lo permanente durante su rutinario recorrido, buscaba las 7 diferencias entre su presente y las réplicas del paisaje en movimiento, que se había instalado en su memoria como un imán de frigorífico sin dibujo. Era un hombre que debía permanecer pegado a su presente por una vocación condicionada. Al girar una esquina, sin querer, tropezó con una pierna.
- ¡Corre, que llegas tarde! - dijo una voz molesta.
- Lo siento, no le había visto; para un día que no tengo prisa va usted y se sienta ahí, hombre, no ve que por aquí pasa mucha gente...
- Cómo no lo voy a saber, si vivo aquí.
El hombre era ese tipo de personas que uno esquiva con la mirada, que uno sólo concibe como protagonista de una conversación con un camarero cabreado por un impago, como un esclavo traicionado por sus pasiones; un vagabundo. Tenía heridas en las manos bien desinfectadas, la mirada indefensa, agotada; una barba enredada con la dejadez de su frágil posición. Permanecía prácticamente tumbado en mitad de la calle mientras un sol le golpeaba junto a una gorra llena de agujeros.
- Lo siento, ¿y por qué no va a otra parte antes de que se haga más tarde? Seguro que empezará a hacer frío en menos de una hora.
- Hijo mío, ¿sabes lo que significa "tarde"? Tarde es cuando tú estás vivo pero todo lo que hay a tu alrededor está muerto. Créeme, no existe techo para eso.
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