sábado, 9 de octubre de 2010

Tamiz

Trescientos sesenta y un grados

Como un giro que no termina de rodearse,
de cercarse como un beso
adherido a carmines sin baile,
sábanas sin revés,
caracolas enmudecidas por la arena
de relojes horizontales como nubes secas.

Una voz que no empieza a arder
bajo las cortinas.

Una venda fragmenta los colores
tristes, soledades.

Como un retorno hacia un escalón imposible
que el tiempo desgasta como una vela luminosa,
el viaje a una infancia que se estira
entre la inocencia y la ignorancia
para tamizar los miedos de defectos y verdades.

Un cuento de perdices felices
debe amarse como si pudiera terminar
antes de la última página.

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