Ella es la experiencia que intenta representar simultáneamente la separación fatal del hablante con respecto al mundo y el sueño que aquél persigue de un idilio ininterrumpido y de fusión con éste. Lo que se llama poesía no es sin duda, secularmente, más que la versión más radical, el ápex formalizado, el hueso desnudo de cualquier otro pretexto, del lugar que dibuja ese esfuerzo ambiguo. Que ese lugar sea -como vacío, por lo demás, más que como lleno, ahuecamiento del espacio más que como espacio visible, como huida de significaciones más que como dato positivo- es lo que hace necesaria la poesía: lo que la hace ser, frente a y contra toda lógica pragmática.
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