Quemaban los dedos. Los dedales apretaban sus uñas contra su tacto.
- ¡Sácalos! ¡Sácalos!
Era cirujano desde que soñaba; su curiosidad por sí mismo le había convertido en un exitoso siervo del milagro de la vida. Ayer operó en Tokio, después de comer saldrá a la cubierta de su pequeño velero y de cinco a nueve visitará Kabul, después se tomará su té de limón y limpiará un poco la cubierta. Tres pasiones completan su vida: la medicina, el uno y el viento.
Ocho años hacía que no entraba a un hospital. Internet y la Ciencia le habían dado la posibilidad de naufragar cuantas veces quisiera. Muchos días pasaron esos dedos sin otra piel. Tantos que la noche del uno de agosto de 2042 la pérdida viajó por satélite hasta una cáscara de nuez suspendida en mitad de la línea del horizonte; un recuerdo le astilló las manos. La muerte quebró un pasado anclado a la deriva.
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