Un azulejo se arrastra
como una mala idea
alrededor del salón,
se desplaza
debajo del calor de moqueta
como la pieza de un puzzle
que ha descubierto una imagen de mentira,
buscando el borde,
el acantilado,
la caída,
fondo,
mar.
Se apoca la luz.
Arranca de cuajo una parcela
y queda descubierta
la tortuga responsable del temblor
sobre un ring de boxeo,
irguiendo la paciencia
hacia un lado y otro y lado;
amenaza con asaltar la mesa
y devorar el cenicero
lleno de colillas decapitadas,
sangrantes de humo industrial
tuyo.
Enumera en la pantalla del vídeo las vueltas de los relojes,
la antigüedad, la estrechez
del horario de las alarmas
como de visitas,
encuentra bajo los cojines del sofá
las hojas de calendario
arrancadas
como oportunidades
con treinta caducidades
sin cicatrices de tinta,
sólo números como heridas abiertas,
mías.
Un aire extranjero irrumpe,
agita las cortinas ardiendo,
los delgados pulmones de los libros
esperan un boca a boca
antes de que sea imposible
seguir el hilo de los protagonistas.
La buena idea se sucede
ante nuestros ojos
como esquinas dobladas
sin tiempo,
poesía,
voz.
El espanto invade la casa de otro color,
el calor funde las buenas intenciones
y deja dos caparazones temblando de frío
como martillos mecánicos sobre charco.
Aprovechamos un impulso de origen
hacia direcciones opuestas.
Ahora es cuando toca a la puerta la noche
a pedirme,
a decirme que le duele el corazón...
insinuando
que acabamos de llorarnos
como incautas tormentas de verano.
SpNt2005 - 15/7/2010
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