El sol resplandecía en el cielo como un fénix puesto hasta el culo de testosterona. No era verano aún y ya estaban empezando a evaporarse los charcos de los ojos de los viandantes, hacía demasiado tiempo que nadie lloraba, pero tampoco alcanzaban la adolescencia las sonrisas.
El sol miró hacia abajo para ver qué tenía entre las piernas, el mar colocó su espejo hacia arriba, y en su cruce de miradas, sólo encontraron grasa, engranajes y máquinas. Así que siguió masturbándose sobre la humanidad que, entre continuos colores de fuego, acabó olvidándose del aniversario del difunto verano.
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