Esta tarde el dolor me ha puesto la zancadilla en mitad de un paso de cebra. Por suerte, la silueta de lo que debo ser yo no pestañeaba sobre su infierno verde. He conseguido llegar al otro lado.
Herido, obligado a hacer un alto en el camino, he detenido parcialmente mis pensamientos en busca de la fuente del dolor: mi espalda. Algunos viandantes, sorprendidos, me han preguntado si me había mareado. La zozobra de mis rasgos faciales ha dejado traspasar un "no se preocupe, gracias, estoy bien". Lo suficiente para no morir en el sitio. Lo justo para aminorar el ritmo y proseguir mi búsqueda. No sin antes recordar que sigo vivo, definido por un cuerpo topográfico de marcadas orografías. Vivo.
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