Es curioso cómo he pasado la mayor parte de la vida leyendo casi exclusivamente lo que yo escribía. Cada texto es una huella del camino, meandros de un río que todavía no sé en qué mar desemboca.
Es extraño. Ahora estoy leyendo varios libros a la vez, y sigo escribiendo. No sé si es que se me han agotado las ideas, pero se ha tornado necesario beber del saber de otros, de su forma, para poder identificar mi silueta entre las sombras de la cultura de mi tiempo, de mi Historia eterna y latente en las letras.
A cada página descubro que camino descalzo, aunque sea dentro de esta red cibernética, ajena al tacto del papel. Excluida, autoexcluida más bien, de su propia autonomía divergente. Un camino lleva al silencio y el otro, a un grito inaudible. Son inherentes. No me atrevería a decir paralelos. Lo que está claro es que ambos están decididos a salir de este cuerpo, convencidos de haber sido tocados de una especie de bendición divina o algo así... algo tan esperpéntico y absurdo que voy dejando que se alejen en su juego, sólo por la curiosidad de saber qué traerán de vuelta de sus aventuras más allá de este lugar en el que el horizonte no parece tener límite.
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