miércoles, 25 de abril de 2018

Washi



El washi, con frecuencia llamado erróneamente “papel de arroz”, está hecho en realidad de la corteza interior de tres plantas fibrosas: kōzo o morera del papel (Broussonetia kazinoki), gampi (Diplomorpha sikokiana), y mitsumata (Edgeworthia papyrifera). La corteza se desprende primero del tallo de la planta, se lava y se raspa para eliminar la capa exterior marrón, y luego se cuece con un álcali y se machaca para ablandarla y separar las fibras. Tras eliminar cuidadosamente todos los restos de corteza, nudos y otras imperfecciones, la fibra preparada se echa, junto con la secreción viscosa del tororoaoi (Hibiscus manihot), a una gran tina con agua, y de allí se extrae con un molde, o “forma”, que lleva una pantalla flexible de bambú. Durante el formado de la hoja, el molde del papel se mueve enérgicamente provocando que las fibras se entrelacen íntimamente. Los papeles recién hechos se apilan sin intercalar fieltros, después se prensan para eliminar el exceso de humedad y, por último, cada hoja se alisa por separado con una brocha sobre una superficie plana de metal o de madera, y se deja secar.

El proceso tradicional de fabricación del papel es lento y laborioso, pero tiene ventajas importantes. A diferencia de la fibra corta resultante de los severos tratamientos físicos y químicos que se llevan a cabo durante la fabricación del papel comercial en Occidente, la fibra japonesa se mantiene larga e intacta. La longitud de la fibra y la ausencia de residuos químicos, unido al entrelazado obtenido por el movimiento continuo y enérgico de la forma, es lo que da al washi su admirable resistencia y durabilidad.


Kōjirō Ikegami
Fragmento de "La encuadernación japonesa. Instrucciones de un maestro artesano"

miércoles, 18 de abril de 2018

El Sol del idiota

"Y a veces brota de los labios del idiota, como si entonces naciera alguna palabra. Las palabras del idiota nacen. Son palabras, sí, nacidas y no formadas, ni enderezadas, ni ¿cómo se podría?, pensadas. Blancas palabras sin carga alguna de expresión; puras palabras que manifiestan cosas que están a la vista de todos. En su recorrer sin fin entre las gentes, un día, un momento, se acerca a alguien o se para en medio de la plaza, y dice, dice señalando hacia arriba: el Sol, el Sol... Y si sucede que alguien obedeciendo a la palabra del idiota vuelva la vista al sol, ha de cerrar los ojos en seguida, pues se deslumbra. Mientras que el idiota deslumbrado ya desde siempre se queda mirándolo y sigue repitiendo a intervalos: el Sol, el Sol, el Sol, por mucho tiempo. De su cara se van borrando las facciones por la luminosidad que la envuelve, blanca. Una luz sin combustión alguna. Luz tan solo."

Fragmento de "Un capítulo de la palabra: el idiota", de María Zambrano.

Extraído de un librito primeramente publicado con textos traducidos al italiano, escritos durante su exilio en Roma: "Spagna. Pensiero, poesia e una città" (España: Pensamiento, poesía y una ciudad) en 1964.