Antes de que pudiera evitarlo,
se enamoró. Encontró un corazón fértil para encontrarse a sí mismo y decidió enraizarse en cada centímetro de su piel. Seguía su voz a todas partes, alternaba llamadas de visita y desapariciones con afán de sorpresa. Un día, dejaron de aparecer brotes nuevos mientras el tallo seguía endureciéndose, ancho y marrón inflexible. Su humildad tocó techo en mitad de una nube subterránea, desfalleció persiguiendo al viento después de tanto tiempo vestido de invierno para resguardar las semillas de su primavera.
Llovió distancias durante meses, hasta desaparecer la sombra de sí mismos para esconderse las
inseguridades. No quedaron hojas secas, sólo charcos en mitad de un desierto arrastrado por corrientes ajenas a los
cimientos originarios. De esos que nunca vuelven a repetirse por formar parte del
pie de página de una infancia que no supo terminar a tiempo.
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