Es ir, entregarle a un extraño el libro impreso (sin notas ni tachones) con una fotocopia del DNI, pagar 12,80 euros y listo, mis palabras tienen detrás el código de mi cuerpo, por fin pueden emanciparse de mi mente. Pero aún no he ido.
Había quedado con Sandra a las 9, tenía que levantarme a las 8, me acosté a las 5... imposible. Pero me alegro. Mañana (o pasado) lo llevaré, más mío. He hecho algunos cambios, anotaciones y tachones para hacerlo menos aire, más madera aún a riesgo de que su silueta no flote, para crear un manuscrito de tachones y notas, mis dudas, intentos de analizar la estructura de mis pensamientos al dejarlos caer sobre el blanco.
Me he reconocido. Ya no son poesías mías, ya es mi vida. He reconocido de dónde viene cada suspiro sin importar hacia donde vaya, pero arte cuando sea puente (o eso creo yo). Ya son las catacumbas de mis dedos cuando no puedo pararlos, los rincones del dormitorio de mi fantasía; mi obra cuando son mis cimientos, yo.
Es difícil de expresar.
No sé qué voy a hacer cuando lo haga, cuando salga de aquel edificio extranjero; escribir, supongo, ¿qué voy a hacer si no? Y dormir hasta que no se me cierren los ojos, hasta los créditos del sueño.
Rubén, gran amigo y fotógrafo, terminó el jueves la contraportada, pensaba que era necesaria para llevarlo al depósito... al final resulta que no,... Muchas gracias, sé que tienes que estar bastante ocupado con el proyecto :)
Se acerca el final del sueño... y yo todavía despierto.
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