Una vaca moteada de lila me miraba desde el fondo del pasillo. Mugía en un extraño lenguaje, incomprensible para mis breves conocimientos sobre lingüística animal. Intenté deducir los profusos vocablos en base al diámetro que alcanzaba su cuello al estirar su cabeza hacia mí, encontrarle algún sentido a mi ignorancia: imaginar.
El vaho que salía de su boca llenó de una nube espesa el pasillo de paredes verdes. Había una tormenta de niebla pasando entre mis piernas a las cuatro de la mañana. Debía de haberse tragado un extintor sin anilla y se había propuesto apagar el frío.
Era demasiado para mí.
Volví a la cama con la garganta seca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario