El cansancio está empezando a dejar paso a la somnolencia.
Me encantan las semanas especialmente duras, en las que prácticamente el reto es la propia supervivencia, en este caso concreto, no suspender. No sólo estás perdido si no haces nada, sólo dándolo todo tienes alguna oportunidad de avanzar.
Y resultan sumamente provechosas. Apenas en unos pocos días he leído un artículo sobre el estado de la democracia, montado un programa de radio de una hora, paseado en bicicleta a rebufo del atardecer, redactado un (intento de) reportaje de periodismo de precisión sobre los efectos de internet en sus inicios (2003-2006) en el cine; también he tenido la oportunidad de asistir a una charla a cargo de Ignacio Escolar (aunque no pude hacerle la pregunta clave de cuántas horas dormía al día), de crear una asociación universitaria de cine (pendiente de aprobación), suspender un examen de Opinión Pública, entrevistar a David Ríos y a Javier Gutiérrez; y, al mismo tiempo, no he podido evitar ni escribir (aunque muy poco), ni empezar a leer "Las palabras de la tribu", libro de ensayos sobre poesía de José Ángel Valente (sin haber terminado aún "Los Hermanos Karamazov"). Incluso me ha dado tiempo a sorprenderme de mi propia fascinación por su dominio de la palabra tras leer el primer ensayo del libro: "Conocimiento y comunicación", sencillamente increíble...
Estoy agotado. Sin embargo y pese a todo, el aire ha sido más oxígeno durante estos días, y no sólo polvo disuelto en humo.
Ahora, sólo cabe preguntarme hace cuánto no escribo sobre el amor.
Hay momentos para andar y momentos para correr. La idea es avanzar en alguna dirección. Lo curioso es que, a veces, cuando menos piensas es cuando más actúas. No digo que no haya que pararse a pensar, pero a veces es mejor dejarse llevar.
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