He entrado en el supermercado a comprar la cena. Quedaba poco para que cerraran, así que he hecho cábalas sobre el almuerzo de mañana y he comprado lo estrictamente necesario: una lasaña para hacer al horno y un bloque de bizcocho para desayunar.
No he tenido que hacer cola para pagar, así que, después de intercambiar intereses monetarios con la dependienta, no me he tomado ninguna prisa en colocar bien el dinero en mi cartera, supongo que creyendo que así, cómodo, permanecería más tiempo en su interior, absolutamente falso... He cogido los dos productos, y he metido los dos manjares alimenticios en la bolsa.
Al salir por la puerta me he cruzado con la escena más dramática del día. Un hombre de unos 40 años, con respiración sonora por el frío y la prisa, se despedía, con uno de los besos más apasionado que he visto en mi vida, de un cigarro.
Su cara ha dejado entrever cómo el sabor se enquistaba en sus labios por el frío y el sonido de exhalación posterior a la calada le ha dado un empujoncito al humo por el ancho y largo de sus pulmones. He visto su cara de placer, y desgracia al perder de vista el juguete de sus dedos, que han arrojado el cilindro encendido al asfalto con la frialdad de un sicario.
Después, emocionado tras la escena, no he podido más que reírme al pensar que la ley le prohíbe entrar con su pequeño tesoro al establecimiento. Tras dar unos pasos más, ha sido inevitable no sentirme triste al pensar, que probablemente los besos que dé a su mujer, no estén siendo los más apasionados de su vida.
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