Había sido una semana dura. Había faltado a una porción de sus responsabilidades con una convincente argumentación en torno a lo que él consideraba descanso. Aún así, había cumplido con su norma autoimpuesta en torno a la representación de la profesionalidad. Había rodeado hasta llegar al centro. Había encontrado soluciones y las había aplicado en numerosos escenarios. Tenía razones para sentirse orgulloso de aquellos gramos de tiempo tan bien repartidos.
Le llevaban a un futuro incierto, se probaba lugares cada vez que entraba a escena, y los reducía a ceniza espolvoreada sobre la pantalla. Él creía que eso estaba bien, que no le importaba pasar el resto de su vida deshollinando una chimenea efervescente o coordinando un aumento curricular. Si conseguía obtener eso, quizás, pensaba él, obtendría una fuente de ingresos lo suficientemente estable para cumplir su sueño, trabajando con buenos amigos. Pero estaba equivocado.
Un reducto de su infancia le hacía involucrar a personas para encontrar en la felicidad ajena su propia razón de ser, pero sabía que el compromiso de su tiempo era un ancla en una de las posibilidades. Se avecinaba la tormenta de los 22, 23, 24,... pero aún desconocía por qué su brújula no marcaba un punto fijo hacia el amor. Nadie le había prometido entonces que todo cambiaría, y el suceder de los acontecimientos que se le escaparían a sus posibilidades no formaba parte de su ilusión.
Todo esto él aún no lo sabe. Nadie se lo ha dicho porque no se ha atrevido a preguntarlo, porque sabe que no encuentra palabras, y le duele. No soporta la quietud. Por eso el mensaje: "la inquietud es el arte de encontrar los problemas que pueden solucionarte la vida". Por eso explorador.
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