Quizás esta entrada pueda resultarle extraña a aquellos que no me conozcan, o aquellos que han ido conociéndome a lo largo de lo escrito anteriormente, sí, mucho razonamiento y sistema, pero no soy exclusivamente así... soy un niño.
Acabo de darme cuenta, mirando a la ventana como se miraría a un televisor que conserva en su interior más de lo que pudiera encerrar jamás; el horizonte, estirado y profundo, mientras me miraba a los ojos, me ha dicho mi verdad sobre el amor.
Es imposible que me enamore de una mujer para toda la vida, me alimento de fragmentos de vida de princesas, soy un ilusionista que disfruta creando e inevitablemente destruye su pequeño cajón de arena para construir más alto (no sé muy bien el qué), con arena una sin cara concreta. Pero entonces ¿con qué cara miro al espejo y me digo, quieres tener un hijo, quiero ser padre? ¿Con qué cara diré te quiero a las personas más maravillosas del mundo? Porque cada mirada encerrará una belleza indescriptible, porque lo serán, aunque yo las cambie, construiremos juntos un castillo precioso y justo antes de coronarlo con una banderita de palillo de dientes, lo pisaré como un niño pequeño enfadado, y quede barro. ¿De quién haré sus noches un sueño? ¿Quién me hará soñar?
O seré yo quien cambie, y es cuestión de tiempo, de que tú me rompas la sonrisa, de que la muerte me destroce las ilusiones a guantazos mientras yo no puedo mover ni un dedo.
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