miércoles, 14 de abril de 2010

Cacería

Antes de poder encontrar una respuesta a esa pregunta volvió a asaltarme la duda de cómo demonios habíamos podido terminar hablando sobre mí.

Sonaron los cazafantasmas.

- ¡Salvado por la campana! - ella cogió el teléfono y comenzó a hablar - ¿Sí? Perdona, me has cogido en... sí, ¿pero no hablaste con él ayer?...

Con el resto de una conversación absolutamente predecible como trasfondo de mis pensamientos dejé de mirarla. Ahora era un mal momento para conocer a alguien, hacía bastantes meses que lo era; casi era incapaz de recordar cuándo fue un buen momento para conocer a una chica... Me acerqué disimuladamente a un hombre de mediana edad que ordenaba películas grabadas sobre una tela blanca junto a la boca del metro; eché un vistazo y descubrí, como una evidencia que llevaba tocando bastante tiempo a la puerta de una casa vacía, que aquella manta se había convertido en la cartelera en la que me informaba de los últimos estrenos de cine. Después comprobé que, ciertamente, había muchas más novedades sobre aquellos escasos dos metros cuadrados que en el cine con más salas de Madrid.

En medio de aquellos pensamientos, que habían pasado de ser los más propios de un preadolescente asustado por el sentido de la responsabilidad, a un principio de teoría en cuanto a la función informativa de aquel gravísimo delito; dos manos me taparon la cara y una voz femenina gritó a mis espaldas con tono de canción infantil "¡Sorpresa! ¿Quién soy?" Incluso pude notar los saltitos al chocar los antebrazos con mis hombros. Era alguien de menor estatura.

Nunca sabré qué pensar en esos momentos: dar un salto de ciento ochenta grados con una sonrisa de oreja a oreja, rotar hacia un lado la cabeza y hacer como que me sorprendo maravillosamente, o dar un codazo a la altura de la nariz...

Sólo me giré y vi a Clara, otra compañera de clase cuyo destino compartía mi dirección sobre las vías y con la que había coincidido ya un par de veces durante el trayecto de vuelta. Nada importante, hablábamos de temas de clase, los devenires de algún que otro fin de semana con poco que destacar. Me sirvió para darle un vuelco a la situación en la que me encontraba, por fin encontraba un rol cómodo a mi naturaleza. Lucía seguía hablando por teléfono. Parecía enfadada.

- Pensaba que ya te habías ido - le pregunté.
- Tenía que dejar un libro en la Biblioteca.
- ¿Qué libro? - Siempre me intereso por lo que lee la gente, creo que es algo que nos define incluso más que nuestro aspecto.
- 1984, de George... George...
- Orwell
- ¡Exacto! ¿Lo conoces?
- ¿De qué estáis hablando? - Lucía había colgado el teléfono e intentaba formar parte de la conversación, tan recién nacida que hizo tambalear las dudas de Clara a por qué ella estaba allí, por qué intentaba ser simpática de una forma tan sospechosa. Lucía y Clara no se llevaban demasiado bien.
- Pues sobre el último libro que he leído.
- ¿Qué te ha parecido?
- ¿Qué libro?
- 1984 - respondí sin dejar de mirar a Clara.

Era uno de mis libros preferidos y me interesaba mucho cualquier opinión al respecto. Además, Clara se había convertido en una especie de salvadora.

Era una chica bastante atractiva: estatura media, pelo castaño a la altura de los hombros, ojos verdes levemente separados, mejillas finas y un poco maquilladas y unos labios finos con un brillo dulce, de esos pintalabios con sabor a fresa. Su conversación era un tanto distendida pero con poca profundidad, solía quedarse en las respuestas, que no terminaban de llevarla a más preguntas no sé muy bien por qué; era una muchacha de presencia relativamente compleja sobre una sencillez hasta cierto punto aburrida. Por eso me sorprendía tanto que acabara de leer ese libro y no hubiera borrado en ningún momento la sonrisa desde que descubrió que lo conocía. Le había gustado.

- Pues, la verdad es que me ha gustado mucho.
- ¿Y? -dije después de un silencio aplastado por los cruces de miradas.
- Pues eso, que me ha parecido muy interesante, y sobre todo con la historia de amor, tan romántica, y pues eso, tan en contra de todas las inclemencias; me ha recordado a las telenovelas que veía con mi abuela. - fruncí el ceño - Y,... pues la visión del futuro es un tanto extraña pero bastante realista - dijo antes de darme tiempo a escupirle en la cara.
- No lo he leído - alcanzó a decir Lucía, viendo que había perdido por completo la oportunidad de continuar hablando del "trabajo" y a punto de quedarse rezagada de la conversación.
- ¿No? - dijo Clara con un aire de sorpresa. Ella tenía a Lucía por una chica interesada por la cultura, y aunque no sabía demasiado sobre sus gustos sobre literatura, sabía que le gustaría.
- Deberías hacerlo, y rápido - así di por finalizada la conversación anterior.
- Jolín, me están dando ganas de ir a la Biblioteca ahora mismo a pedirlo, ¿me acompañas? - dijo mientras giró su cabeza hacia mí.
- Yo me voy ya- dijo Clara- llego tarde y me están esperando en casa para cenar.

Yo hacía tiempo que no comía con nadie. De vez en cuando coincidía con mis compañeros de piso pero la televisión lo llenaba todo de una monotonía que quebrantaba todo intento de mediar una palabra que no tuviera relación con la imagen que hacía cambiar los colores del salón. Había que ahorrar electricidad.

Lucía me miraba aún con el "¿me acompañas?" dibujado en los ojos. Se había transformado en una especie de leona en mitad de la sabana protegiendo a su presa. Pero yo no tenía ganas de seguir con el circo. Hacía tiempo que la caza había terminado y no había conseguido asfixiarme. Había perdido su oportunidad de hacerlo y en su cabeza empezaba a gestarse la lágrima que caería, ahora obligada por sí misma a ir sola a la biblioteca, en cuanto nos diéramos la espalda, derrotada.

Probablemente esta última reflexión es íntregamente fruto de mi imaginación. Lucía y Clara se llevaban bastante mal de por sí. Eran muy diferentes y ambas se empeñaban en remarcarlo bastante a menudo, aunque llevaban algún tiempo sin hacerlo. La cercanía de los exámenes invitaba a la tregua. En todo caso, ambas me conocían lo suficiente o lo suficientemente poco como para saber que no soy ningún trofeo, sólo un caminante solitario al que le gusta poco el asfalto. Y que no me gusta el atún rojo.

- Bueno, yo creo que también me iré a casa; no te preocupes por el trabajo, ya lo termino yo, tú aprovecha y disfruta del libro.
- Vale, mañana nos vemos.
- Hasta mañana - dijimos Clara y yo al unísono.

Bajamos por las escaleras mecánicas en silencio. Prefiero bajar por las escaleras, pero es de suponer la incomodidad que conlleva para mantener una conversación en el caso de que sólo uno de los dos lo haga. Clara miraba al suelo. Quizás estaba pensando sobre qué había estado hablando con Lucía, o quizás ella ya supiera desde hace tiempo que le gustaba. Yo también preferí mantenerme callado respecto a ese tema. Hablar de eso habría sido darle más importancia de la que realmente tenía.

Hablamos un poco más sobre el libro, algunas palabras sin contexto ni significado y por fin llegué a casa. Me hice un vaso de leche y me acosté. No quise leer ni escribir antes. Estaba demasiado cansado como para seguir siendo yo mismo durante un segundo más. Y no me gusta disimular.

...

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