domingo, 20 de marzo de 2011

Ángel González


En ti me quedo

De vuelta de una gloria inexistente,
después de haber avanzado un paso hacia ella,
retrocedo a velocidad indecible,
alegre casi como quien dobla la esquina de la
calle donde hay una reyerta,
llorando avergonzado como el adolescente
hijo de viuda sexagenaria y pobre
expulsado de la escuela vespertina en la que era becario.
Estoy aquí,
donde yo siempre estuve,
donde apenas hay sitio para mantenerse erguido.

La soledad es un farol certeramente apedreado:
sobre ella me apoyo.

La esperanza es el quicio de una puerta
de la casa que fue desarraigada
de sus cimientos por los huracanes:
quicio-resquicio por donde entro y salgo
cuando paso del nunca (me quisiste) al todavía (te odio),
del tampoco (me escuchas) al también (yo me callo),
del todo (me hace daño) al nada (me lastima).

No importa, sin embargo.

Los aviones de propulsión a chorro salvan rápidamente
la distancia que separa Tokio de Copenhague,
pero con más rapidez todavía
me desplazo yo a un punto situado a diez centímetros
de mí mismo,
de prisa,
muy de prisa,
en un abrir y cerrar de ojos,
en sólo una diezmilésima de segundo,
lo cual supone una velocidad media de setenta kilómetros a la hora,
que me permite,
si mis cálculos son correctos,
estar en este instante aquí,
después mucho más lejos,
mañana en un lugar sito a casi mil millas,
dentro de una semana en cualquier parte
de la esfera terrestre,
por alejada que os parezca ahora.
Consciente de esa circunstancia,
en muchas ocasiones emprendo largos viajes;
pero apenas me desplazo unos milímetros
hacia los destinos más remotos,
la nostalgia me muerde las entrañas,
y regreso a mi posición primera
alegre y triste a un tiempo
-como dije al principio:
alegre,
porque sé que tú eres mi patria,
amor mío;
y triste,
porque toda patria, para los que la amamos,
- de acuerdo con mi personal experiencia de la patria-
tiene también bastante de presidio.

Así,
en ti me quedo,
paseo largamente tus piernas y tus brazos,
asciendo hasta tu boca, me asomo
al borde de tus ojos,
doy la vuelta a tu cuello,
desciendo por tu espalda,
cambio de ruta para recorrer tus caderas,
vuelvo a empezar de nuevo,
descansando en tu costado,
miro pasar las nubes sobre tus labios rojos,
digo adiós a los pájaros que cruzan por tu frente,
y si cierras los ojos cierro también los míos,
y me duermo a tu sombra como si siempre fuera
verano,
amor,
pensando vagamente
en el mundo inquietante
que se extiende -imposible- detrás de tu sonrisa.






Pregunta: La ironía también es parte de su canto elegíaco.

"Sí, porque en principio la ironía para los poetas de mi generación fue un medio de esquivar la censura franquista, pero con el tiempo me di cuenta que la ironía expresa la ambigüedad del mundo, es decir, la ironía te permite decir que sí y que no al mismo tiempo. Me he dado cuenta con el paso del tiempo que la ironía no era únicamente un procedimiento para esquivar a algún censor, sino que era también caja y contenido en el poema, porque el mundo es ambiguo y las cosas son y no son a la vez."

"Yo siempre soy muy cuidadoso en el uso del lenguaje, utilizo como materia de trabajo el lenguaje coloquial, me gusta la simplicidad, la claridad. Es más difícil escribir con claridad que escribir en la oscuridad como hacen otros poetas, que cultivan el hermetismo, la oscuridad y ni ellos saben lo que quieren decir ni el lector les encuentra un sentido. También es verdad que tiene un valor literario, pero no es la poesía con la que simpatizo desde dentro."

P: Su poesía, ¿a dónde lleva?

"Yo no sé hablar de mis libros, no veo demasiado clara mi poesía, soy bastante autocrítico, exigente y no me gusta demasiado nada de lo que hago, siempre espero que sea mejor. Pero hay un momento en que me decido a publicarlo porque si lo mantengo guardado se pudre. La poesía se realiza realmente cuando la leen los otros."

Extraído de la entrevista "La poesía ilumina y da claridad".


"Pronto tuve ideas bastante claras respecto a eso. Pronto me di cuenta que la poesía española de todo el siglo y mucha de la entonces se estaba haciendo, estaba teñida de ruralismo, yo creo que desde la Generación de 1898 la temática de la poesía española, los símbolos, habían cambiado muy poco, estaban muy amanerados, muy reducidos a una España de agricultura casi medieval, de arado romano y que esa España ya estaba cambiando en los años cincuenta, estaba desapareciendo, tenía muy poco sentido para las personas como yo el utilizar esa simbología y esa temática y por eso de una manera muy deliberada huí de esa temática y centre mi atención en lo que yo creía era el mundo nuestro, el mundo de las personas como yo, el mundo de la ciudad y por esa razón insistí incluso en los títulos como Tratado de urbanismo, insistí en hacer notar, en hacer ver esa temática urbana que parece mucho más adecuada, mucho más próxima a nuestra experiencia real de la España agraria tan aprovechada hoy por los poetas..."




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