Piedra sino piedra
En poco tiempo, me pedirá que lea
esto que estoy siendo. Me pedirá
la sinceridad de la tinta, el borrón
y su argumento de destierro; el porqué
y cuándo. Qué quiero decir con palabras
que deba escribir en verso.
Es mucho más fácil escribir lejos de oídos
o audiencias que esperan la maravilla
de una piedra. Esperan la cima, la sinalefa
como una gema, una joya, símbolo efímero
de creatividad y audacia lingüística.
Y esto es una piedra que no es sino, piedra.
Bien es cierto que hay sendero, tal vez montaña,
que uno nace silencioso y si es polvo
se levanta del camino y abona la hierba.
Madriguera entre las rocas de la ribera
si es ligero, si la brisa afecta a sus ideas
y el suspirar le impulsa a desenvainar el alma.
Mejor bien acompañado. Baste con una fidelidad
de mil caricias por minuto. Baste una sonrisa
para acoger el mundo y un beso que meza el sueño.
Lo mismo saben el verano y el invierno
de los recorridos solares y las huellas de la noche.
Los vivos huelen el frío y estornudan las flores
que la belleza destierra de los jardines.
Los muertos callan todas las respuestas posibles.
Es fácil escribir para el silencio.
No hay sino una llamada, un trazo de intenciones
que apacigüen nuestro ingenio o la desgracia.
El amor es más fácil de invocar en carta
que atrapados en un reloj de arena: demostrar
las promesas enterradas, de ciclos obligados.
Acaso ahora sería afortunado si no me pidiera
que leyera los fragmentos de cuanto he escrito,
distinto de cuanto callo, que varía en función
de quién pregunta a esta voz fuera de campo.
Estoy hablando en presente del presente pasado.
La fragilidad de la narración es la debilidad
de los contextos, de los nuevos equilibrios
de este balancín dislocado; que no halla centro
para no inventarlo.
Si fuera tarde para esto, será pronto tarde o temprano.
La historia se repite mientras tropezamos en la misma
piedra sagrada. Lo sagrado es la supervivencia
de lo místico en la lógica de la naturaleza.
La fuente sagrada emana la constancia
de la humanidad más cristalina, mas hay libros
diseñados para exponer conciencias como mariposas disecadas.
Escribo por hablar: no me hagas mucho caso.
La verdad solo sabe decir las cosas a la cara
y entre tantas máscaras, apenas los niños
tienen derecho a imaginar mentiras tralará.
Crear es un placer reservado a unos pocos
que por cierto, no temen la respuesta a mi pregunta.
Acaso importa que me lo diga. Importa acaso
lo que escriba, cuánto escuche o desde dónde omita.
La palabra es la antítesis de la soledad y,
sin embargo, es compañía indiscutible y certeza del vacío.
Con la aparición del cine sonoro comenzó la era
del silencio fílmico, de la pausa voluntaria,
la obligación reflexiva impuesta por la calma.
Pero qué digo. Eso no es mío. Es memoria trasnochada.
Hablar solo es de valientes, en la medida del riesgo
de que escuchen las paredes. Escribir sin riesgo
es cobarde. Describir la palabra insulsa como un jarrón
lleno de flores que no alegran, ni decoran, ni se pudren.
La vejez es infancia frigorífica. Se ama
cuanto no se tiene porque creemos que agarramos
la vida mientras la vida nos olvida, nos desplaza
a bebés de caprichos de ultratumba dorada.
El viento se lo lleva todo, entonces nos arrastra
y apreciamos. Solo cambia el orden de las cosas,
la posición de los abismos y la intención de las preguntas.
O eso creo. Estoy vivo o eso creo.
Declarar enamorado, confesar mortecino; la honestidad
de los actos como requisito a la sinceridad del verbo.
La despedida es una misiva eterna que se repite
a cada lectura en un intento de nunca dejar de irnos.
Quedarse en abrazo o en intención; un reproche
que sirva como puente o túnel o galaxia.
La bienvenida no sirve para nada. Si acaso
es útil si el corazón está de oferta y la incertidumbre
abre la oportunidad a arriesgarse para algo.
Mírame a los ojos; nada tiene que ver lo que vea.
Estás de paso, como yo, con la mano tendida;
no es preciso ofrecer la sangre como agua,
ni recomendable, ni excusa. La recepción de la amistad
es la entrada al propio hogar, el rincón de pensar
donde entran en juego todas las jugadas.
O eso creo. Me gusta el mar. Ya lo sabes.
No me gusta que naufrague el mar en cada patera,
ni que en pleamar haya que cambiar las respuestas.
Me gusta la orilla y, en pequeñas cantidades, la sal
de sus mejillas. El rugir de las crestas espumosas
contra el lomo de las conchas y esta piedra.
Me gusta el mar como inescrutable devoradora.
Dentellada firme pero ligera. La erosión de la victoria.
Es probable que esté leyendo, todavía,
imparable en mitad de la parrafada.
Entonces, la arena queda marcada a los pies
de la montaña llana. Entonces, bailan las gaviotas
aún sobre la superficie buscando la apuesta segura.
La suerte está echada en la arena, el vals sigue vigente
y tal vez está mereciendo la pena esta voz alta,
esta pisada efímera en el aire, en la secuencia.
Sin embargo, apenas hay vuelos o danzas hay pisada,
eso sí, apenas hay seguridad tras la confidencia.
No es necesario escribir para comprender la hegemonía biológica,
el pulmón del planeta, el hígado de la esperanza.
Hoy, la pisada viene acompañada, bien
o si no nada. Se acerca la ola dispuesta a borrarme.
Se acerca el silencio que todo lo dice.
La repetición no existe. Solo una canción es sagrada:
esa nana en voz de madre susurrada.
En Balerma, mientras ella estudiaba
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